TRES MICROCUENTOS




LA PESADILLA DE LÁZARO




La técnica concreta se basó en aquel extraño relato de principios del siglo XXI: “Tanatografía”. Así de sencillo era devolver la vida a los muertos. Entonces, siguiendo también de algún modo el argumento de aquella narración, varios de los primeros resucitados perdieron la cabeza extrañamente. Solo querían hablar y tratar con los parientes cercanos que los rodeaban, henchidos estos de alegría por haberlos recuperado, pero los resucitados rogaban implorantes que por todos los medios fuera destruido de inmediato el dispositivo que los había devuelto a la vida, y especialmente que se les fuera borrada de una vez y definitivamente, para siempre, por el amor de Dios, su memoria rescatada de la muerte. ¿Por qué extraño motivo? Solo sabemos que los experimentos se suspendieron cuando las autoridades estudiaron el caso, a los pobres sujetos, y acabaron conociendo y recabando más y más detalles. Siempre nos lo hemos preguntado. Qué siniestro conocimiento del Más Allá pudo espantar de esa forma a aquellos pobres diablos. El visor de reversión había sido descubierto, desde luego, y que el pasado revelaba verdades demasiado horribles era bien conocido. Pero que la propia resurrección resultase tan traumática...






NUESTRA OBSESIÓN




Más que obsesión, desesperación, maldición. ¡Ruina absoluta, por todos los demonios! Porque, a ver, ¿dónde vive, dónde se esconde, a qué se dedica exactamente, de qué se alimenta? Lo que sí sabemos es que sale de noche por aquí, como las ratas, como las puñeteras cucarachas. Y durante el día, sólo sabemos eso, que se esconde. Pero ¡es que no sabemos por qué lo sabemos!







INCIDENTES DOMÉSTICOS (6)




¿Por qué recalco que fue ‘maldito’? Me hace mucha gracia a mí la leyenda del Ángel de la Guarda. Fue en aquella época desastrosa, cómo no. La noche de marras, la velada fue de lo más normalita, par de cervezas, cena ligera, algo de televisión, y nos fuimos a dormir temprano. Me desperté con sobresalto en mitad de la madrugada. ¿Qué había pasado? Silencio absoluto. Inquieta, me volví instintivamente al lado de mi marido. Había algo flotando en la oscuridad, por encima de él, o debiera decir en paralelo a él, algo vagamente fosforescente. En silencio total, aquello insinuaba un rostro horrible, sombrío, anguloso, como picado de viruelas, y los ojos, Dios santo, eran como ascuas verdes, con un brillo demente, maligno. El demonio o lo que fuera estaba mirando de esa forma, fijamente a la cara a mi pobre Andrés, a menos de un palmo de sus narices, mientras él, boca arriba, seguía durmiendo, respirando mansamente como un bendito. ¿Cómo pude, me he preguntado una y mil veces, cómo pude acabar quedándome dormida, sin decir ni esta boca es mía? Fue culpa de aquello, aquel ser demoníaco. Unos días más tarde Andrés se mató en aquel estúpido accidente.










© José L. Fernández Arellano. M-008260/2005.