EL FARO de Edgar Allan Poe y desenlace






(Traduzco el relato que dejó inconcluso el autor, y seguidamente, como es tradición, propongo un desenlace-homenaje. La traducción estaba recogida en mi artículo de Wikipedia: "El faro (relato)".)

 

1 de enero de 1796

Hoy, mi primer día en el faro, anoto esta entrada en mi Diario, tal como acordé con De Grät. Mantendré el diario tan regularmente como pueda, aunque nunca se sabe lo que pueda sucederle a un hombre solo como yo; podría enfermar, o algo peor… ¡Hasta ahora todo va bien! El velero se salvó por poco, pero ¿por qué detenerme en eso, ya que estoy aquí, a salvo? Mi ánimo empieza a revivir, ante la sola idea de hallarme, por primera vez en mi vida, totalmente a solas; ya que, desde luego, Neptuno, pese a su tamaño, no debe ser considerado "sociedad". ¡El cielo no quiso que yo encontrase en la "sociedad" solo la mitad de lealtad que hay en este pobre perro! Pues en tal caso la "sociedad" y yo no tendríamos por qué habernos separado, por todo un año… Lo que más me sorprende es la dificultad que tuvo De Grät en obtener para mí este destino, ¡siendo yo un noble del reino! El Consistorio no tendría duda de mi capacidad para manejar el fanal. Un hombre solo había cuidado de él hasta ahora, y lo hacía tan bien [página 2] como los tres que se ocuparon antes que él. Mis obligaciones son sencillas, y las instrucciones impresas no podían estar más claras. Nunca lo habría hecho de dejar que Orndoff me acompañase. Nunca hubiera podido dedicarme a mi libro estando cerca de él, con sus chismes intolerables, por no hablar de su eterna pipa de espuma de mar. Además, deseo estar solo... Es extraño, nunca, hasta este momento, me había percatado de cuán lúgubre sonido tiene esta palabra: ¡"Solo"! Deben de ser fantasías mías que haya creído notar un extraño eco tras estos muros circulares, pero ¡oh, no! Esto son tonterías mías. Acabaré perdiendo la tranquilidad con tanto aislamiento. Pero eso nunca va a suceder. Aunque no he olvidado el vaticinio de De Grät. Ahora, voy a comprobar la linterna y luego echaré un vistazo a los alrededores, a ver «qué se ofrece a mis ojos»… A ver qué puedo encontrarme de hecho… No mucho… El oleaje está amainando un poco, creo; el cúter hallará una dura travesía de vuelta a casa. Seguro que no tendrá a la vista las costas de Norland antes del mediodía de mañana, y no estarán a más de 190 o 200 millas.

 



 


2 de enero

He pasado el día de hoy en una especie de éxtasis que me parece imposible [página 3] describir. Mi pasión por la soledad difícilmente podría haber sido mejor satisfecha. No debiera decir satisfecha, aunque creo que nunca experimentaré un placer semejante al que he experimentado hoy… El viento se calmó hacia el amanecer, y por la tarde la marea estaba muy baja… Nada que observar con el telescopio, nada más que mar y cielo, y alguna gaviota ocasional.

 

3 de enero

Calma chicha durante todo el día. Hacia el atardecer, el mar parecía un espejo. Algunas algas marinas se ofrecieron a la vista, pero, aparte de eso, absolutamente nada en todo el día, ni siquiera la más mínima traza de nube… Ahora me ocupo de explorar el faro… Es altísimo, me cuesta trabajo subir sus interminables escaleras, unos 160 pies, diría yo, desde la línea de bajamar hasta lo alto del fanal. Desde lo más profundo en el interior del eje, sin embargo, la distancia hasta la cúspide es de 180 pies por lo menos, por lo tanto el piso se adentra 20 pies bajo la superficie del mar, incluso estando la marea baja… Opino que el interior hueco de la parte inferior debería haber sido rellenado con mampostería maciza. De este modo, sin duda el conjunto hubiese quedado más sólido. Pero ¿qué estoy pensando? Una estructura de este tipo ya es lo suficientemente segura en cualquier circunstancia. Debería sentirme a salvo [página 4] en su interior, incluso si la azotase el más feroz de los huracanes, y sin embargo, he oído decir a los marineros que de vez en cuando, con el viento del suroeste, el mar en este sitio se ha sabido que ha restallado más alto que en cualquier otro lugar, con la única excepción de la boca occidental del Estrecho de Magallanes. Ningún mar, sin embargo, podría oponerse a este muro de sólido hierro remachado que, a 50 pies de la línea de pleamar, tiene cuatro pies de espesor, si esto es una pulgada… La base sobre la que descansa la estructura parece ser de roca caliza…

 

4 de enero

[Poe dejó el manuscrito inconcluso en este punto, más o menos en octubre de 1849. Los estudiosos sospechan que el escritor falleció poco tiempo después].

 

Mi desenlace, de octubre de 2023:

 

4 de enero

Otro raro éxtasis, como el del otro día. La pasión por la soledad es lo que tiene, y la humedad omnímoda. Qué quiero decir con esto. Quiero decir que nunca había experimentado nada parecido. En un barco es distinto, quizá solo por la compañía de otros marineros. Y es que el propio mar también es distinto en un barco. Un barco tiene un propósito, lleva marcada una ruta, un designio; es decir, porta una carga, material y de sentido. Será la endeble caliza de los cimientos lo que me obsesiona. Voy a volver a inspeccionarlo todo por dentro, y luego el exterior. Por fin encontré los licores y el té en la despensa. Pero De Grät se equivocaba. Están camuflados en un habitáculo semioculto, a saber con qué fin, detrás del fiambre y las conservas. El licor de bayas está muy bueno. A ver cuánto me dura… Las gaviotas chillando como locas al otro lado del cristal. Qué me transmiten. Qué extrañas historias me contó aquella vez De Grät sobre esos extraños pájaros que se han adaptado a vivir en el mar, en la humedad, las tempestades, la noche y día infinitos. Tengo que escribir sobre ellas en mi libro. Cómo puede vivir así una criatura de Dios. El mar. No, seamos exactos: el Océano. La Humedad Absoluta. Esos conceptos lógicamente el perro no los entiende, ni le preocupan. Hoy ha llovido un poco. Los cristales del ventanal se han empañado fantasmalmente. A cada momento tenía que limpiarlos, así como la lente del telescopio, pero era inútil. No se veía nada. Y no es solo la humedad: con la falta de estímulos, todo se confunde y enmaraña. Puede que mi persona, varada en su puesto, también se dirija a algún sitio sin saberlo. O que provenga, en origen, de algún sitio ignorado. Pero el faro afantasmado apenas deja lugar a la imaginación, todavía al menos…

 

5 de enero

Ayer otra noche heladora, pero yo me he criado en el Norte y el frío apenas me afecta. Con mis mantas, lanas y pieles, y mi hornillo de carbón, solventaré fácil el invierno. Hoy no he comido nada, y qué más, bueno, que he perdido la inspiración, si es que existía. No consigo enfocar la historia, el ámbito, los personajes. Tras comprobar la reserva de aceite del farol, como hago diariamente, para tratar de inspirarme me he vaciado la tetera y me he pasado dos horas fuera, ahí abajo, a resguardo del viento, acomodado en la roca-asiento de poniente, a 20 pies sobre el agua. Por fin un barco. El capitán del bergantín francés me ha saludado con la mano, a eso de un cuarto de milla de distancia. Marea alta e innumerable. Extraño adjetivo este, vive el cielo, como el de la humedad omnímoda. El viento haciendo restallar la marea contra las rocas de abajo; agua deshecha, espuma blanca, salvajes humaredas de nubes. El blanco de la espuma, níveo, refulgente en la tarde: el color de lo porvenir que aún no se concreta, sin tiempo de asentarse y colorearse. Qué escribí ayer. Me encamino a algún sitio o a algún tiempo ignorados. ¿Es pregunta o respuesta? Sigo sin entender, sigo sin... La humedad. El océano absoluto. Mi historia personal, tan patética, por primera vez en mi vida parece haberse disipado en… la humedad perfecta. Y comprendo, sí, que esto se halla implícito en lo que veo y siento y pienso, todo el día a solas: la humedad es el futuro, y también el presente, y el pasado sin duda no existe ni acaso ha existido nunca. ¿Cómo aparece, qué representa el pasado en mis sueños? Hay dos yoes: el que sueña su peripecia y el que la padece. Y dos pasados: el vivido y el recordado. Y absorbiéndolo todo en sí misma, a todas horas, la humedad omnímoda.

 

7 de enero

¿Qué he soñado hoy? Algo relacionado con Orndoff y con una triste fiesta o ceremonia a oscuras… Ayer salí a pescar con el bote por el promontorio norte. Creo que eran bacaladillas lo que recogí en la red. Las conservas y el fiambre no durarán eternamente y prefiero dejar algo para el perro, que detesta el pescado sin más. Está loco con las gaviotas, no las deja descansar un minuto sobre las rocas. Creo que el pobre Neptuno lo que está es hambriento. Se levantó un ventarrón poco antes de regresar; me apresuré con los remos. Qué hacer con el bote si estalla una galerna. De Grät me dijo que intentara arrastrarlo cala arriba todo lo que pudiese, pero esta no alcanza más de 30 o 35 pies desde el agua. Con todo, creo que puedo decir que empiezo a aburrirme de verdad. El día se alarga, cada vez más elástico e insulso. Y en fin, de momento he desechado el libro. El faro en condiciones normales debería contribuir a mi imaginación, mi expansión mental, pero más bien me comprime raramente en su más que húmedo interior. Es entonces cuando gime Neptuno, como de miedo. No entiendo. En estas condiciones ambientales, los libros hablan de aumento de la presión atmosférica. Pero es al caer la noche cuando… Y luego no puedo dormir. Como si una nave gigantesca se estuviese aproximando amenazante, muy poco a poco. Me levanto del camastro y me asomo al ventanal de oriente: nada más que la humedad inocentemente reconcentrada en negro. ¿Inocentemente?

 

9 de enero

No entiendo lo que me pasa. No recuerdo nada, la memoria enquistada en la nada. ¿Qué he soñado hoy? Es lo que hace no sentir nostalgia de nada. Por eso quise venirme aquí, en total un año, en principio. ¿Un año? Mientras que no falte el aceite de ballena para la linterna, no necesito que nadie venga a importunarme con caprichos o exigencias absurdos. No necesito reaprovisionamiento. Si hago el cálculo de mis existencias, yo creo que podrían durarme diez o doce meses quizá, en el caso de que no vinieran a aprovisionarme cada dos o tres meses según lo convenido. Además, si el mar está en calma, de vez en cuando puedo salir a pescar, por no hablar de las exquisitas conchas que he encontrado en los recovecos de las rocas, cuando baja la marea. Y Neptuno ya ha aprendido a atrapar a las gaviotas, no sin grave riesgo, por los promontorios. También atrapa insectos al vuelo, y no les hace ascos... Nostalgia de qué. De Virginia, nada más. Pero ya también ella, como todo lo demás, pugna por disolverse en esta sagrada humedad. ¿Soy sincero? Quisiera tener ocasión de comentarlo largamente con ambas.

 

10 de enero

Como todos los días, ayer pasé la tarde entera adormilado entre mis mantas. Y a última hora, cuando acababa de cerrar este cuaderno, finalmente estalló la galerna del suroeste que llevaba amenazando desde el martes. Recuerdo que me pregunté absurdamente cómo la aguantarían en Norland. Bajé a la calita y arrastré por la pendiente como pude el bote hasta las rocas, y lo até al poste allí habilitado. Luego volví corriendo a refugiarme aquí, subí a lo alto y me eché al coleto un buen trago. Cómo se estremeció el faro entero toda la noche. El perro, aullando a ratos, no se movió ni un momento de su manta bajo el ventanuco. Y yo, intranquilo, sin apenas haber dormido, acabo de bajar otra vez a inspeccionar los cimientos. El enorme bloque de caliza y granito que soporta todo el armazón muestra una grieta que yo juraría que no estaba la pasada semana.

 

12 de enero

Definitivamente no hay rastro de Neptuno. He recorrido el contorno del faro tres veces, llamándolo y revisando oquedades y posibles escondrijos, y no aparece. Su afición a las gaviotas ha debido de jugarle una mala pasada. Al saltar a agarrar un pájaro ha debido despeñarse, se habrá golpeado contra las rocas y caído al agua. Un día de estos aparecerá por ahí flotando su cadáver. Bien, no lo echo de menos, todavía. Imperdonable, pero qué le voy a hacer. En este ámbito indescriptible, la amargura se ha transformado en lo que solo puedo describir como insensibilidad. Como eso que anoté el otro día. Pero “insensibilidad”, en semejantes condiciones, no deja de revestir un cariz positivo. Al anochecer, la tripulación de un gran velero negro me ha gritado no sé qué al pasar. Yo he contestado haciendo oscilar la linterna arriba y abajo, que es la señal amistosa convenida en estos confines. A propósito, he descubierto que el depósito de agua del pie del faro, nutrido por la gran lona en abanico que recoge el agua de lluvia, con la tromba que cayó estaba lleno hasta los bordes. Perfecto: durante muchas semanas me sobrará el agua incluso para asearme decentemente.

 

13 de enero

Al despertarme de la siesta, he estado dos horas mirando las estrellas a través del telescopio. Lucen, titilan, fluctúan, se mueven sin duda, aunque con solemne, sabia lentitud. Parecen vivas, están vivas, como las ballenas y orcas que cruzan por aquí cada tanto. El cosmos entero respira, pausada, sensatamente. Si hago memoria, si medito en mi pasado, si rebusco con ánimo masoquista en lo peor y lo mejor, ya que las mejores experiencias, tanto como las desgracias sufridas, duelen por pertenecer a un pasado irrecuperable; si insisto en atormentarme de esa forma, empiezo a perder la cordura. Yo que tanto he amado la soledad, ahora sueño el futuro con distinta mirada. Esta humedad de hielo, mezclada con el licor, debe estar afectando a mi mente ya de firme.

 

15 de enero

¿Qué soñé anoche? ¿Qué chocante testigo me dejó el sueño? Finalmente algo ha ocurrido. Ahí sigue varado, al sur, a unos 300 pies, sólidamente anclado al fondo por dos puntos. Ha llegado en el mejor momento: calma chicha. Cuánto tiempo lleva ahí, silencioso, inmóvil, como observándome. Deben de ser las nueve o las diez de la noche; mi reloj se paró hace una semana y no he vuelto a darle cuerda. Es un velero no muy grande, de unos 50 o 60 pies de eslora. Su casco blanco refulge tímida, pero notablemente, en la oscuridad, apuntando al faro. Lo enfoco con el telescopio. Las velas y aparejos sueltos y flojos. Ni un movimiento en cubierta, ni una señal, ni un ruido; ni una bandera que lo identifique. Ojalá estuviese aquí Neptuno. Ahora sí que lo echo de menos. He bajado a correr la aldaba del portalón de entrada. Una estupidez, pero si no cierro no lograré conciliar el sueño. Antes de cerrar me he asomado a echar un vistazo. La luna en cuarto creciente sobre ese bajel, las olitas rompiendo blandamente contra sus costados. No llegarán a supervisar mi trabajo antes de dos meses y medio o tres. ¿Seguro? No recuerdo. Estoy perdiendo la noción del tiempo. Maldición. La humedad.

 

16 de enero

El barco desierto no se ha movido, solo se ha escorado un poco a estribor; por el viento, seguramente.

 

18 de enero

Sigue igual, en calma chicha. Ha vuelto a enfilarse de frente hacia el faro. ¿Qué es esto? ¿Qué demonios es esto? ¡Por todos los cielos! ¿Qué está pasando? ¿Qué puede pasar? ¿Cómo defenderme?... El mosquete... Pero defenderme ¿de qué?

      ¿De verdad estoy soñando? Poco a poco fue adquiriendo un fulgor marfileño absurdo, incomprensible, incluso a la luz del sol. Algún otro barco ha pasado a lo lejos, sin dar señales de haberse percatado. Qué raro. No lo puedo creer. Ahora, al caer la tarde, observo crecer un resplandor imposible en el centro del castillo de proa. Es redondo, del tamaño de un escudo guerrero más o menos, y dorado, más que dorado, e, incomprensiblemente, cada vez más brillante. Sí, como en una bonita pesadilla sin pies ni cabeza, lanza temblorosos destellos de oro, como si estuviese todo engarzado de joyas. Y eso por último me hace comprender que no se trata de una amenaza. Es un simple reclamo. Sin duda. Qué si no. Si miras con el telescopio te deslumbra, te hiere la vista, calándote en los sesos hasta la nuca. No aguantas…

      Mañana.

 

19 de enero

Mis arrestos me siguen asombrando. Me acerqué en el bote, con mil precauciones, a mediodía, a pleno sol. Había una escala de cuerda junto a la cadena del ancla de babor. Al ver la escala, que parecía sin lugar a dudas ofrecérseme a mí, me quedé sentado en el bote, boquiabierto. Tardé más de una hora en decidirme a hollar la pulida cubierta. El escudo de oro se había apagado. Y enseguida, en la cubierta, ante el mástil, de la nada, aparecieron delante de mí, los tres... Pero… Uf, cómo describirlos, dado que ahora ya no puedo recordarlos. Sí, he meditado bien qué poner. Primero eran dos claramente, pero al ¿platicar? entre ellos se volvían tres, se trifurcaban. Y ahora, se crea o no, soy incapaz de representármelos, su figura, su estampa, su concreción, hasta sus voces de otro mundo. Sí, sé que suena a ridículo. ¿Quiénes demonios son? ¿De dónde diantres han venido? ¿Qué demonios quieren de mí? Y en cuanto a mí, ¿qué busco yo aquí en medio de todo? ¿Hacerme... rico, de verdad?

Lo que no me entra en la cabeza de ningún modo es que me sentí muy tranquilo en todo momento con ellos. ¡Conversamos! ¡Esos seres y yo nos comunicamos con fluidez! No sé, no recuerdo cuántas cosas les pregunté. Quiénes eran, qué buscaban. Nos eligieron hace milenios, escuché, entendí como en sibilantes ecos dentro de mi cabeza. Nosotros, los seres humanos, conformamos algo así como su gran teatro del mundo, así se expresaron, y yo, como deslumbrado por un sol supremo cuanto benéfico, seguía como un pasmarote, escuchándolos entrevistos. Nos quieren, pues, nos… necesitan, así como suena, para superar lo que el ser humano podría entender como un abrumador tedio cósmico que los viene devorando desde hace una eternidad; nos quieren así y no de otra manera, como simple compañía cuyas evoluciones contemplar, pero a tal fin precisan ellos además, entre nosotros, de supervisores, moderadores, directores de escena, por así decir. Algo que un día recibirá un nombre que, tratándose de un espectáculo, no será exactamente teatro, sino que se verá como en una pantalla viva y plana, tan viva y tan plana como el escudo dorado que desplegaron para atraer mi atención. Un artilugio capaz de encenderse y apagarse a voluntad, como la linterna del faro y el casco del barco y el círculo dorado. El caso es que ellos no se proclaman dioses, en absoluto. Por eso precisan faros que nos guíen. Y a tal fin qué mejor guía que un… farero. Me eligieron a mí por varios motivos que solo la posteridad descubrirá. ¿La posteridad? Yo seré uno de ellos. El sistema de investidura es nominal, infalible, muy sencillo. Procede por simple orden alfabético, creí entender. En mi ecuación correspondiente, yo soy 1 – 7 – 16, y es tan simple como que con el paso del tiempo se me transformará en 5 – 1 – 16. O a la inversa, no recuerdo muy bien. O es que daba igual, como en el teatro: la transferencia entre autor y personaje. Y espectador. De dos elementos a tres... En fin, quien esto escribe, quedó ya absolutamente pasmado en determinado momento, al descubrir de pronto a Neptuno otra vez a su lado. ¡Alabado sea Dios! Aunque, muy delgadito y manso, mera sombra de lo que fue, era él sin duda. Y al instante siguiente ya no estábamos a bordo de la estrambótica nave, sino aquí otra vez, en el faro. Otra imposibilidad cumplida para la lista. Me asomé al ventanal. Del velero apenas restaba el círculo de fuego dorado que siguió palpitando sobre el agua aún durante unos minutos. Nada más. Yo… Mi cometido… Todo en blanco… Y yo soy el faro, el oleaje, yo soy el agua, yo soy la corriente, yo el ahogado y el madero y el texto a la deriva, y yo también la brújula central. El mar y la brújula, ya apenas imantada.

El libro… La inspiración… El futuro… Quién…

 

 

 

© José L. Fernández Arellano, 30/10/2023

  

IN MEMORIAM, RAFAEL LLOPIS PARET

 

(El texto que sigue encabezaba en 2013 mi contribución a la Historia natural de los cuentos de miedo de Rafael Llopis, pero él no consideró entonces oportuno que así fuera. Sirva ahora como sentido homenaje a su memoria.)

 

 

NOTA PRELIMINAR

 Mi primer contacto con la obra de Rafael Llopis se produce hace evos, a finales de los años setenta del siglo pasado, y sin embargo, aunque suene a tópico, parece que fue ayer: como es sabido, no pasan los años por aquel libro que daba comienzo: «Con esta Antología pretendo presentar al público de habla castellana un panorama completo de los Mitos de Cthulhu»[1]Los mitos representaron entonces para un joven y entusiasta aficionado como yo todo un acontecimiento, un auténtico regalo; también, sin duda, una suerte de conmoción estética. Más tarde me empapé de otros prólogos y traducciones, me llegó la primera edición del Esbozo de una historia natural de los cuentos de miedo (Ediciones Júcar, 1974), y pensé que aquel brillante y recatado psiquiatra no solo demostraba un gran coraje al publicar las cosas que publicaba dadas las fechas que corrían, sino que decididamente sabía más sobre el cuento de miedo que nadie que yo conociese o hubiese leído; Llopis tenía además todos los visos de un sesudo y elegante crítico british, a los que yo tanto admiraba. Hace pocos años, el conocimiento de su persona, de su palabra directa, algunos datos de su historia personal dejados caer, no han hecho más que confirmar mi primera impresión. Creo que, en perspectiva, hoy su figura destaca, más allá de la temática concreta de su obra y sus innegables virtudes literarias, como la de un concienciado intelectual europeizante, surgido muy oportunamente de un entorno hispánico tan inopinado como sugerente, cuando tanta falta nos hacía el contacto con todo aquello que se cociese más allá de los Pirineos, al menos a quienes pensábamos que la frase ‘que inventen ellos’ resultó, si no poco afortunada, sí pésimamente interpretada.

 

La aparición de estas obras de Llopis, además, me hizo abrigar, como a muchos otros, grandes esperanzas sobre el futuro de la literatura fantástica en España. Aquellas ediciones de Lovecraft y compañía no podían ser más que indicio claro de apertura y tolerancia, y los aficionados nos las prometíamos muy felices: con tales precedentes, era cuestión de tiempo que llegáramos a equipararnos, o al menos aproximarnos una pizca, a ingleses y estadounidenses en la materia. Sin embargo, incomprensiblemente, tales expectativas se vieron frustradas, el género sigue aflorando con cuentagotas, y Llopis, después de 35 años, a no dudar para su propia sorpresa, sigue, casi en solitario, sentando cátedra sobre literatura macabra en habla hispana. Sus hondas concepciones sobre el muerto-demonio (muy en especial), lo numinoso reprimido y el instinto de muerte[2], su sabrosa teoría de que «la historia de los cuentos de miedo se ajusta a las leyes de la evolución», su noción humanística del «agradable estremecimiento de terror sobrenatural» que debe primar en la historia, aun hoy siguen constituyendo referencias  de consulta ineludible para todo aquel que desee pronunciarse sobre el tema. Qué decir de sus neologismos proféticos neoterrorífico, metaterrorífico, que con el tiempo han demostrado lo certero de su enunciación desde el mismo momento de verificarse, ya que fue exactamente en esos años cuando la maquinaria de la ficción de esta modalidad dio un brusco giro en todo el mundo, giro que se ha demostrado pertinaz, y no siempre positivo, por cierto.

La comparación, por último, que estableció entre terror y pornografía es tan mordaz como atinada. Yo solo añadiría un detalle: el terror (tanto como lo oculto) en España tradicionalmente ha recibido, además, tratamiento de alienígena. Como la pornografía, es lícito verlo, leerlo, degustarlo a distancia, pero cuidado, nunca practicarlo en vivo (y no hablo de terrorismo sino de literatura), como si fuera portador de algún maligno germen foráneo de impredecible virulencia. En la época franquista, diríase que únicamente a científicos expertos y duchos en la materia se les permitió manipularlo a su antojo, y si se desempeñaban en el área de la psiquiatría (Llopis, Jiménez del Oso), tanto mejor.

Considero un honor inmerecido haber podido contribuir a este proyecto de recuperación de una obra fundamental dentro de la endeble corriente literaria no-realista española. Sirvan las líneas que siguen como testimonio de gratitud y de admiración a la persona y la obra de un amigo, un estudioso y un maestro únicos.

Una disculpa final: serán todos los que están pero, inevitablemente, no estarán todos los que son.

 



[1] Prólogo a la primera edición de Los Mitos de Cthulhu. Narraciones de horror cósmico. Alianza Editorial, 1969. Uno de los mejores prólogos dedicados a la literatura fantástica, según el escritor José Manuel Fajardo, opinión que compartimos.

[2] El cuento de terror y el instinto de la muerte”, incluido en Literatura Fantástica, VV. AA. Ed. Siruela, 1985.

 

 

© José Luis Fernández Arellano, 29 marzo 2022