RESEÑA DE "PURO SER", de José Miguel Vilar-Bou



 Plantear la pregunta es sencillo […]
Pero la respuesta es cada vez más difícil de recordar […]
Hasta que, al perder memoria,
pájaro, pez y oveja se tornan espectrales,
y los espectros están condenados a repetir
aquello que les causa dolor. (W. H. Auden)




        Si hubiese que encuadrarlo en alguna corriente, Puro ser (julio de 2018) de Vilar-Bou, es poesía de la experiencia, pero a su modo, en primer lugar por tratarse de libro tardío en cuanto poético, y en segundo porque solo conecta digamos que aforísticamente con dicho movimiento. Es experiencia pero, como veremos, no histórica (en el sentido granadino), sino cribada en tamiz sensitivo, el de la edad: años, versos destilados, fluyentes, y meditativos, sí, pero como inspirados en el acorde polífono-monocorde del río aquel de Siddharta (así, veremos después que “todos los caminos son el mismo camino”). De esta forma, podemos definir el tono o fondo de esta poesía como neo-experiencial.
 
      El Ser no es puro ni impuro, limitándose a contradecir a la Nada. Pero si en metáfora se lo señala como puro ya entraña de algún modo novedad, es plenitud, es estético, humano, pura y simplemente. Como para Heidegger el tiempo, el ser solo adquiere entidad por humano. Como en Eliot, Auden, Paz, hay filosofía, pero, ya decimos, no historia anexa en estos versos, como si esta no fuese asumida más que a modo de mal sueño (y hay muchos sueños o encantaciones en el libro) de aquella, o como si solo el pensamiento desnudo tuviese algún sentido trascendente-intrascendente. “La búsqueda no tiene principio ni fin.”



Espejos, reflejos, estrellas, pensamientos, pájaros actúan como motivos intimistas en abstracto en cuadros de Kandinsky o Miró. A lo que contribuye un ritmo versal escueto, suave y breve, a veces de tono sapiencial, aunque nunca repensado. Lo único que se repite en este cambiante ámbito lírico es quizá ese sol del fin de agosto, que lo dice todo como promesa de existencial anonadamiento dorado. Ese atardecer que los espectadores, mansos, acordes, contemplamos junto al río que nos conduce, nos habla, nos seduce, nos guía, pero sin respuestas. No se sabe si en Puro ser las preguntas no habían sido las correctas o es que la interrogación de la tarde carecía de sentido. La tarde no pregunta a la noche: se limita a precederla. Y a la pregunta ¿quién?, ¿yo?, a la vez muy explícita y muy implícita en toda la secuencia, se contesta de manera radical, retrospectiva: lo que somos siempre fue. ¿Nada nuevo? A lo que contesta el poema que sigue: el ruido. Y más adelante: el barro, los monstruos de barro. Y el río de la ceguera.

Cerca del final, una sola advertencia, dejada caer como al descuido: el abismo tiene forma. ¡Ay, sería tan fácil solo caer, caer, caer; y tan rápido!... Poema a poema, en río y abismo caben raíz, luz, flor, diamante, planta, reflejo; las estrellas habían quedado tan altas, tan atrás. Y al final un enigma con nombre propio, y una serpiente. ¿El Ser presto a morderse la cola con el turbio propósito de volverse impuro? Otra pregunta queda en el aire: ¿cuántos versos antes que estos magistrales tenía escritos secretamente el autor?






© J. L. F. Arellano, 16/09/2018.