HIJOS DEL TERCER REICH



No hay nada mejor, si uno quiere acercarse con rigor y valentía a la verdad histórica, que huir del maniqueísmo fácil que tiende a polarizar falsamente los acontecimientos y a sus protagonistas en términos de bueno/malo. El maniqueísmo, en su faceta descerebrada y rabiosa, es lo que ahora mismo está masacrando multitudes y dejando prácticamente en ruinas a todo Oriente Medio, y no estoy culpando del estropicio solo a los yihaidistas, sin duda; Occidente ostenta gran protagonismo en el fenómeno, protagonismo que, como estamos viendo y ya hemos visto, no puede ir sino a mayores. En fin, no todos los alemanes, ni siquiera todos los nazis, serían, como pretende demostrar la interesante serie televisiva a que me refiero, Hijos del Tercer Reich (estrenada con gran éxito de público en Alemania y otros países en 2013), no todos serían, digo, unos sádicos depravados, monstruos de crueldad inhumana. Tampoco serían monstruos todos los soldados soviéticos que “liberaron” (término que se utilizaba solo en la parte oriental) Berlín finalmente a sangre y fuego, violando de paso a toda hembra germana que se encontraban por medio.


Pero si esta serie se queda ahí, en la reflexión ecuánime y morigerada, en el mero descargo de una parte de la responsabilidad histórica, la que honra la memoria de aquellos ciudadanos alemanes, civiles y militares, que, en medio del horror, demostraron más humanidad, que fueron solo moderadamente” fanáticos, o lo fueron solo inocente, circunstancialmente, por su situación, es decir, por necesidad histórica; si esta serie no va más allá, entonces lo más importante, el análisis profundo de la abominación general alemana, el fenómeno global, nacional, fascista y antisemita que allí se desató en los años 30 seguirá quedando pendiente.

Todavía no se ha visto aquí Hijos del Tercer Reich, pero, temiéndonos lo peor, y ojalá nos equivoquemos, si se trata de mero revisionismo nacionalista, no debemos olvidar nunca que las recreaciones de borrón y cuenta nueva nunca consiguen del todo lavar las conciencias, ya que solo alcanzan a maquillarlas torpemente. El mismo horror de los hechos puntuales pasados, idéntico a sí mismo, sigue y seguirá acechándonos siempre, aunque lo haga detrás de nuevas máscaras. Y es que quizá esa profilaxis sea inútil, quizá no deban, no sea posible, factible lavar las conciencias, y toda dispensa o bula al final resulte falsa. ¿No es más lícito que esos contenidos de conciencia al igual que lo ocurrido, dado que han sido eso, reales, y no pueden borrarse en modo alguno de su impregnación en la realidad pasada, sean asumidos con entereza por los responsables y protagonistas hasta el fin de los días, hasta el último suspiro?

La memoria tiene dos funciones: una biológica, de supervivencia, y otra ética. Dejémosla actuar sana y convenientemente en ambos casos, más allá de todo maniqueísmo fácil, en efecto. Cómo, si no, aprende uno a dejar de tropezar una y otra vez en la misma piedra.

© José L. Fernández Arellano, 13 sepbre. 2014