ANOTACIONES TEMPESTIVAS (2012)



« Me da a mí que Bradbury, al igual que sus maestros, Poe y Lovecraft, bebía mucho de sus sueños. De ahí quizá la sensación de extrañeza, de futuro, tan bien conseguida en tantas de sus obras, el inicio de Crónicas marcianas, Fahrenheit, El hombre ilustrado... Puede que, ante un compromiso expresivo especialmente peliagudo, para inspirarse no hiciera más que recurrir a la irrealidad que tenía más a mano. »

« Teoría del diseño exquisito: Grace Kelly, sobre todo en Atrapa un ladrón, contradice sin lugar a dudas, fisonómicamente, la teoría de la evolución de Darwin. Es imposible que un ser con esa elegancia y belleza sobrenaturales provenga del mono (y de Estados Unidos). »

« Cómo consigue la intensidad narrativa Hitchcock: una décima parte de expresionismo y nueve de montaje cubista-caleidoscópico. »

« Tu vida no es la vida real, actual, sincrónica, que día a día vas viviendo; tu vida es esa que compartes con el caótico almacén de datos que burbujea de continuo en tu memoria. »

« ¿La única cuestión filosófica de verdadero interés el suicidio (según Albert Camus)? ¿Por qué motivo? ¿Todavía te sientes un infante, alguien vilmente traicionado por la vida, una especie de príncipe destronado resentido contra la misma? La vida no es más que lo que es. Rebelarte contra la vida es rebelarte contra lo que es. »

« Dos grandes ideas, en Redes, el programa más interesante de la televisión, muy literarias y cienciaficcionarias ideas, por demás.

Un psicólogo aseguraba, citando, entre otros, a Chomsky, que el lenguaje común no está enfocado a la comunicación exactamente (como tampoco a la búsqueda de la verdad), sino más bien a casi todo lo contrario, a “confundir al otro” para lograr los propios fines, tesis generalista que, a poco que se piense, no puede ir muy descaminada. Desde hace un tiempo vengo yo meditando en una suerte de estudio sobre aquello que con exactitud, de facto, nos comunicamos unos a otros verbalmente, máxime las tan locuaces mujeres. La progresión más y más minimalista de Beckett no tiene otro sentido: él ya debió formularse un planteamiento similar, después de dejarse abrumar por la divina verborragia joyceana. Si en su literatura no le interesaban los ordinarios intereses humanos, menos había de interesarle la propia palabra que los hipocritiza y pervierte, su lamentable y gastado símbolo, la falsa moneda que fríamente nos intercambiamos unos con otros. Qué se sigue de ello. Si por sistema nos comunicamos falsamente con los demás, a fin de enredarlos y hacer que prevalezcan nuestros intereses egoístas sobre los suyos vicarios, subvirtiendo el sagrado sentido clásico (que no hace honor a la verdad: ya se confundirían entre sí los trogloditas) de la comunicación, el Verbo, por cuestión de intereses más o menos inconfesables o legítimos; si por sistema lo hacemos con los demás, ¡qué será en la comunicación con nosotros mismos!… Se satisface la necesidad de comunicación, el uso de herramienta tan sofisticada, por ejemplo, mucho más que el deseo sexual, desde luego. Pero, ¿de verdad es todo confundir? Todo acaba sonando a falso, pero no por impregnación del mundo en sí, sino porque de por sí lo es el hecho comunicativo. Qué importan la verdad o falsedad del mundo, si están siempre estúpida, machaconamente expuestas ahí, ahí, ahí...

La otra idea es que la evolución biológica casi ha concluido (lo que es muy discutible, evidentemente; siempre el mismo defecto de perspectiva), y que ahora lo que evoluciona, y a mucha mayor velocidad, de forma exponencial, es la técnica informática, los procesos de información, la globalización de mensajes. Ya no interesa que unos tengan poco y otros mucho; no interesa que se prolongue ese tipo de desigualdad, la pobreza extrema de gran parte de la Humanidad, porque si esa gran parte de la Humanidad no tiene acceso al fax u ordenador, no puede recibir los mensajes de aquello sobre lo que quiero influir o de aquello que quiero anunciar o vender. Así que de tan grotesca manera puede haber acabado la lucha de clases. Genial. »

« Uno de tantos motivos por los que hay que respetar al extraño, al extranjero: porque su idioma es tan raro y tan infinitamente expresivo al mismo tiempo para ellos, tan sobrecogedoramente... natural... como el nuestro. […] Y ya que hablamos de aliens, imaginemos la posibilidad contraria, que llega a probarse un día la tesis del gran adalid del autismo cósmico, John Gribbin, de que estamos totalmente solos en el universo, ¡y de que ni siquiera hay Dios que valga ahí fuera! Eso, ¿no trascendentalizaría la conducta de todos y cada uno de nosotros automáticamente? Llegados a ese punto, todo lo que hiciera el pobre homo sapiens adquiriría más y más sentido. Casi como si, simples mortales, hubiésemos asumido de pronto por la mera incomparecencia del Titular legítimo carácter divino. Implicaciones... un videojuego... »

« No le llegará, pero he tenido la desfachatez de escribirle un e-mail a Richard Dawkins, gran paladín del ateísmo, exponiéndole el error de demonizar como él hace, con tal inquina y hasta tales extremos, la religión. ¿Dónde reside el error para un agnóstico declarado como quien suscribe? Esto aparece perfectamente reflejado en mi novela El tiempo iluminado: el tema de fondo es la entropía antropológico-institucional, claro. Todo en el universo, de una u otra forma, antes o después acaba descabalándose, desestructurándose, degenerando en términos entrópicos, más aún las instituciones humanas, hasta la religión más sentida y sacrosanta, y no digamos la iglesia en que esta ha cristalizado. Nada que cristalice sirve si no es en un museo o, bueno, en un anillo de diamantes. Pero, ¿despreciar de ese modo unas pobres ruinas, y hacerlo hasta el improperio, el anatema, el escupitajo?... […] Deja mucho que desear intelectualmente Dawkins, decíamos ayer, solo en este punto. Si malo es un fundamentalista islámico, peor un fundamentalista ateo, que se supone más leído, morigerado y ecuánime. Pero si además se mimetiza con aquellos que ridiculiza, en demonizador hasta el anatema, en tristemente maniqueo. Dawkins, a fin de cuentas, da la impresión de haberse sin más radicalizado por la larga sangrienta pugna con los místicos teístas. Hay que ser cientifista, no religioso, sostiene siempre, pero él lo practica en términos de “mi religión es la ciencia” (aunque detesto toda religión, luego me autodetesto). No sé, di la filosofía, mejor. La religión es la ciencia. Pero la religión en sí no es espontánea, natural, legítima excrecencia  humana, es simple y llanamente caca de la vaca. Ni aun digna de estudio académico. No ha promovido, en ninguna época histórica o cultura, en fin, ni el mejoramiento ético y social, ni la espiritualidad humana, en ningún aspecto.

Su desprecio de la religión, insisto, es tan... religioso. No importa el misticismo, la meditación, la vida ascética. Nada aportan el budismo (que nosotros opinamos seriamente que sí), los cooperantes y misioneros que, bueno, algún papel desarrollarán en el Tercer Mundo; más importante que el que pueda jugar uno mismo, desde luego. Tomás de Aquino, Agustín, Flannery O’Connor, el cardenal Newman, grandes autores profundamente religiosos: bah.

           El ateo de Dawkins semeja aspirar a ser el nuevo superhombre, pero todo lo que es “súper”, en efecto, supera, y ya desde la etimología puede llegar a “sobrar”, a rebasar, a resbalar en su propia genial savia, hasta caer y estrellarse en los lóbregos abismos del sinsentido. Aunque para el lego observador la religión no supuso en origen más que una de tantas reacciones naturales, posteriormente la más exitosa, al terror emanado de esos mismos abismos tenebrosos.

No se puede hacer bandera contra el no ser, de la negación de lo que no es (Dios, según Dawkins). ¿Sí? Pero si no existe, bueno, déjalo estar, ¿no?, déjalo, no lo remuevas, con qué objeto. ¿De ese modo vas a acabar con la mera posibilidad de toda Cruzada y Yihad? La Nada caerá siempre, hacia arriba o hacia abajo, por su propio peso. Preferimos tu crítica de los religiosos, no de lo religioso. En fin, siempre nos quedará el moscardón Sloterdijk. »

« Heidegger viene, creo, a sugerir que no debe escribirse como si se fuese inmortal (como escribía Joyce; recordemos la cita de J. B. Priestley en El tiempo y los Conway). Para el escritor, sería esa una forma de hacer religión: estetascesis: no escribir como si se fuese inmortal. Se puede vivir como si se fuese optimista, como inmerso en la “formidable aventura” que decía Priestley, pero no escribir. El que vive, como el triste cocainómano mismo, puede sentirse aventurero de una aventura formidable, pero el escritor siempre hace una pausa, más o menos larga, ante la hoja en blanco o ante el teclado. Esa pausa ya implica, o debe implicar, un algo de reflexión mortal. Lo demás es burda biología de supervivencia. »

« La realidad cada vez es más la insoportable complejidad de ayer. ¡Ay! ¡Son tantas las causas y tan pocos los hermeneutas! Nos creemos a salvo del caos cuántico y en realidad no somos otra cosa, solo que más cargadita de impedimentas, responsabilidades y cosas. Menos mal que la gravedad impone a todo un freno, un orden, un achtung. »

« Otra, de un agudo psicólogo en Redes: “La música no miente”, como sí que lo hace el discurso, la palabra (que ya había dicho el otro que se utiliza principalmente, nunca para informar con veracidad, sino para influir tendenciosamente en los otros). No puede mentir, en efecto, no hay polisemia que valga, no puede haber doble sentido. La música se dice a sí misma. No puede expresar un paisaje o un sentimiento más que de una forma. A dónde conducirá esa música-ruido contemporánea. ¿Estará inscrita en un ciclo ignoto? ¿El serialismo convertido en un mal sueño? Pero, ¿empezaremos otra vez algún día? ¿Cómo? »

« Si no tuviésemos memoria, instalados para siempre en el punto de intersección de lo intemporal con el tiempo (Eliot dixit), ¿veríamos la eternidad desplegándose incesante en el universo, alimentándose simultáneamente del futuro y el pasado? »


© José L. Fernández Arellano, 2012