Madrid, 20 agosto 2002
Sr. Director:
En relación con la siguiente
frase de Mario Vargas Llosa, aparecida el pasado domingo en su periódico:
Marco Polo fue y quiso ser, ante y sobre
todo, un mercader, un hombre dedicado al comercio, actividad que -parece
estúpido tener que recordarlo- ha sido siempre sinónimo de progreso y
civilización, de convivencia y diálogo, de rechazo de la violencia y de la
guerra, de apuesta por la coexistencia y la paz,
debo decir, con todos mis respetos
hacia tan gran escritor e intelectual, que de nuevo se le ve el plumero político a don Mario. De
qué intenta convencernos. Nadie negará que el comercio sea uno de los grandes
motores de la historia. Pero habría que plantearse también de qué se observa
repleta la historia. No, desde luego, de “convivencia y diálogo”, no de “coexistencia
y paz”.
¿Es necesario recordar una
vez más la sucesión interminable de guerras, genocidios, desastres, abusos e
injusticias de todo tipo que es muy capaz de provocar, directa o
indirectamente, esta muchas veces honorable actividad, y no digamos si ampliamos,
muy legítimamente, el concepto a “negocio”, a “business”? ¿Cuántas vidas humanas,
cuántos bosques, cuántas especies animales y cielos y ríos limpios ha costado
al mundo por sí mismo el mero afán de lucro?
¿No es comercio la secular
explotación colonialista de medio mundo por parte de Occidente, los terribles
excesos históricos a cargo del “hombre blanco”, con el inocente achaque comercial; el mismo
tráfico de esclavos –esto sí que es comercio–, que sigue hoy vigente bajo diversas
apariencias, legales o ilegales: la prostitución, la utilización de trabajadores
asiáticos baratos llevada a cabo por grandes empresas del primer mundo, el
incesante trasiego de inmigrantes, bastante menos espontáneo de lo que parece,
etc.?
No fue, desde luego, sino la
ganancia, la rapiña, el afán desmedido de poder y de riqueza, lo que impulsó
las grandes invasiones de la
Antigüedad, las conquistas ultramarinas de españoles,
holandeses, ingleses, belgas, franceses, cuya nunca saciada sed, digamos, comercial –¿no es
ésta sin duda la mejor coartada para un conquistador?–, y en nombre siempre de
Dios, del progreso y la civilización, vejó y aniquiló comunidades, etnias enteras en
vastas regiones de todo el planeta. Pero dirán que aquí ya no se habla estrictamente
de comercio.
En este último caso, quizá
alguien pueda preguntarse, como tengo entendido que suele hacer el articulista,
qué consecuencias para el desarrollo económico de los pueblos ocupados hubiese
tenido el no recibir a tiempo los pingües beneficios del “progreso y la
civilización”. Pero este planteamiento, a la vista de los tristes datos que nos
proporciona la historia, siempre acaba sonando a triste hipocresía.
Sin otro particular, atte.,
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Sin
otro particular,
Sin otro particular, atte.,
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14 de septiembre de 2009
SR.
DIRECTOR,
Me tomo
la libertad de recordarle, así como al público y la prensa en general:
1.
El presidente de EE.UU., Barack Obama, no es negro, como suele
afirmarse, sino mulato, hijo de un keniano de raza negra y
una estadounidense caucásica. De haber sido en efecto de raza
negra, muchos pensamos que nunca hubiese resultado elegido para el cargo.
2.
También en relación con ese país, transcurridos varios años después de haberse
demostrado de modo fechaciente que Irak no escondía armas de destrucción masiva,
sigue sin explicarse honesta y claramente al público el motivo de su invasión a
sangre y fuego por parte de fuerzas occidentales, invasión secundada sin reservas en su momento por el gobierno español.
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[criticando la publicación de un libro de Dumas por El País en que aparecía absurdamente mutilado el relato "Las tumbas de Saint-Denis"]
08 de mayo de 2007
Estimada R. G. [se trata de la persona que respondió a mi consulta con poco o ningún criterio]):
Le agradezco infinitamente una respuesta tan amable y pormenorizada a mi consulta, respuesta que ha superado con mucho mis expectativas, aunque no cabe esperar menos de parte del diario que me acompaña religiosamente casi desde su fundación. Muy reconocido, pues, por su amabilidad; lamento, sin embargo, tener que disentir en redondo de sus razones. Lo hago desde una triple perspectiva, la de cuentista con muchos años de experiencia, la de traductor y, la más respetable de todas, la de lector.
Como cuentista y como lector, prefiero, ni que decir tiene, la versión completa de Les tombeaux de Saint-Denis, en primer lugar, porque, al contrario que ustedes, he encontrado varias ediciones que respetan el contenido original, incluso una vetusta traducción de Bruguera que fue la que levantó la liebre, y ninguna de ellas en modo alguno incomoda, confunde ni llama a engaño ni a mi inteligencia ni a mi sensibilidad lectora. No me considero funcionalista de la cosa, pero afirmo tajantemente que los comentarios entre los personajes, sí que funcionan, y muy bien, fuera de su contexto. El motivo: ¡en realidad, nunca escaparon de él! La parte suprimida incorpora a la historia una muy efectiva introducción científica o pseudocientífica, que no es imposible que Dumas heredase conscientemente del siempre efectivo Poe. Por otra parte, ¿tienen usted y el Sr. Armiño algo que objetar a los inicios de relato in media res?
En cualquier caso, la deontología como traductor me impediría cortar por lo sano allí donde no lo hizo el responsable principal del texto. Sencillamente porque así lo dejó escrito el autor, cuyo criterio me imagino que, para todo traductor, debe merecer en todos los casos el mayor de los respetos. En el supuesto de que el lector pudiese llamarse a engaño (tal parece ser el absurdo criterio utilizado) nada más fácil que añadir una pequeña llamada aclaratoria al pie. Insisto, sin embargo: en este caso (el de la versión original), ni siquiera hace falta. La narración, tal cual, se desenvuelve sola a las mil maravillas.
En esas ediciones de Bruguera a que me refiero, v. gr., abundaban las historias extractadas. Eso sí que sería inadmisible, pero al menos, hasta donde a mí se me alcanza, el editor de Bruguera solía reconocerlo expresamente.
Por último, diosanto, como dice Forges; debe usted perdonarme: a quién se le ocurre borrar de un plumazo la frase final de un relato breve. ¡Qué diría Borges! ¡Y O. Henry!
Una última cuestión: ¿este tipo de despiadados tijeretazos se ha repetido a lo largo de la serie?
Un cordial saludo, con la reiteración de mi gratitud.
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21 de abril de 2010
Sr. Director:
En relación con el ataque informático sufrido por el periodista de El Ideal, de Granada, José María Pérez Zúñiga, por haber expresado su protesta en dicho diario contra el procesamiento del juez Baltasar Garzón, le envío, por si fuera de su interés, mi escrito de adhesión al periodista:
Estimado
José María:
Te expreso
mi sentida indignación por el atropello que has sufrido, así como mi más firme
adhesión a tu postura en el asunto de marras. ¿Garzón sentado en el banquillo
por remover delitos de lesa humanidad? Al igual que a ese alto funcionario
judicial internacional que recientemente ha expresado su consternación en
televisión sobre lo sucedido (no recuerdo su nombre), me parece increíble el
bochornoso espectáculo que vuelve a ofrecer la justicia en este país sobre tan
delicada materia histórica. Alguien dijo una vez que la justicia en España es
un cachondeo, y habría que preguntar a sus actuales responsables si no están
contribuyendo precisamente a que la situación se enquiste en ello
de la manera más vil y miserable.
No puedo
sino adherirme a las declaraciones del secretario general de UGT, Cándido
Méndez, hoy mismo (21/04), en TVE: La
Ley de Amnistía del 77 se promulgó en época en que las
instituciones democráticas españolas estaban aún en pañales (¿no sería más bien
que se sentían amenazadas por poderes fácticos de determinado signo que
periódicamente, como se ve, vuelven a poner en cuestión, de una u otra forma,
impunemente a las instituciones?). Dicha situación de precariedad o amenaza hoy
por hoy ya no se da: el sistema democrático se ha consolidado lo suficiente
como para que leyes como la citada merezcan un estudio y una reforma a fondo.
¿Quién alberga ya temor alguno a hacerlo? ¿Tienen que ser otra vez los trabajadores
españoles, o, si se prefiere, sus representantes sindicales los que tiren del
carro de la razón y la justicia? Las responsabilidades de lesa
humanidad (consúltese su prescripción en los códigos de justicia
internacionales) están y estarán eternamente vigentes, como grabados en
metal, para todo aquel que se niegue a cerrar los ojos.
Un abrazo
solidario.
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18 de marzo de 2006
Sr. Director
No puedo comprender el motivo de que levanten tanta
polvareda las declaraciones y exabruptos del Sr. Zaplana. Yo creo saber lo que
le ocurre a este buen señor: que la vida le ha tratado con excesiva dureza. Me
explico. Dado que nunca acabo de creerme lo que veo y lo que oigo, especialmente en materia política, suelo
fijarme con atención en los visajes y expresiones, por ejemplo, de los dirigentes del PP en
sus comparecencias públicas. El Sr. Zaplana recuerdo perfectamente que era
persona mesurada y aun encantadora cuando presidía su comunidad autónoma, y más
todavía en su cargo de ministro. ¿No se dio cuenta nadie de la cara de vinagre
que se le quedó al perder las últimas elecciones? Ya digo que me fijo mucho en
esas cosas, y para mí su transformación no encierra misterio alguno. ¿Qué otra explicación cabe a conducta tan extraña? ¡Resulta,
simplemente, que el montante de sus retribuciones ha mermado muchísimo desde entonces!
Estoy del todo convencido de que en el fondo eso es lo único que le importa al
Sr. Zaplana.
Atte., le saluda su seguro servidor.
Atte., le saluda su seguro servidor.
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