« El crítico hace ciencia con lo sagrado. Por tal motivo, si no pone la fe (el saber) suficiente, es fácil que se equivoque. »
« La Historia es esa disciplina que estudia un fenómeno, el
tiempo, pero solo a través de sus agentes, es decir, no el tiempo, sino una
sección parcial del mismo. Y, lógicamente, debería estudiar el pasado tanto como el futuro. A qué esa perspectiva de tortícolis. No tiene sentido. El
historiador clásico es la mujer de Lot. […] Bien, osemos airear la Historia de una vez:
qué sabemos del futuro. Una cosa sabemos: que se cumplirá. Otra, que está
fundido indisolublemente con el presente, y también con el pasado. Que cuenta, así,
con antecedentes. Que tales antecedentes son demasiado abundantes,
interrelacionados y complejos como para que su configuración sea predecible al completo.
Que contendrá un hecho y un momento crucial para nosotros: nuestra muerte. Se
puede seguir así y, paso a paso, se acaba prediciendo el futuro. »
« Considérese la segunda acepción de soberbia que recoge
el diccionario: Apetito desordenado de ser preferido a otros. Mm, no debe haber
nada más dañino que un soberbio que fracasa. La soberbia no transmite a la vez la
voluntad necesaria de adornarse de realidad. Esto la convierte también en
sinónimo de estupidez. »
« No es que el presente sea eterno para el redactor-revisador
de diarios. Eso solo sería expresable, o presentable, por medios poéticos, o
mediante una redacción seria y cuidada. No eterno, sino pantanoso. No eterno,
sino incalculable, sin límites ni bordes, sin antes ni después, sin transición
entre ellos, ni la que figuraría el vuelo de una mosca. Nada lo refleja mejor,
ese estancamiento (esta mañana lo pensé ocioso ante el escritorio), que un
discurso caótico, derramándose en las horas concéntricas de la tarde, como al
caer una piedra en medio de un estanque (una piedrecita casual, una hoja de
árbol, una cagadita de pato, en cualquier zona del mismo, cualquiera, da igual,
al este, al oeste, no existe la orientación, no hay sol ni luna ni estrellas
que te refieran). Sí. Siempre la misma casualidad. Y lo peor: siempre el mismo
estanque. Y despertarse de lo inanimado irregulares líneas, más que
concéntricas, espirales, discurso desmadejado de idiota, y tampoco centrífugo:
centrípeto, frases en la página, ondas en el agua a las que una estúpida
maldición ha impreso el juego y el destino contrario a aquel para el que fueron
diseñadas: el de la peonza (trompo sin vida y sin muerte, pensante giroscopio),
pánico Yogh-Sothot muriéndose de risa autorreferente, monstruo sin vida y sin
muerte, desgastado y desgastante hasta la vaciedad, hasta el plácido, inane
infierno soñado: la mediocridad contenta y cálidamente entrañada en sí misma. Pero
¿es que acaso hubo un antes de esto? Claro que podemos explicar perfectamente
la metáfora de Eliot. Pero para nosotros en realidad no hay estanque que valga.
Miento. Lo del agua, aunque pantanosa, es una licencia poética, queda más lucido; el agua, aunque sea estancada, barro resbaladizo, una falda de vegetación
pútrida rodeándonos...
Eso es retórica otra vez. Lo tuyo
es más bien una llanura, sí, de bordes remotos, y como era de esperar, desierta y
estéril, aunque a rachas poblada, sí, del canto atrayente de bobas sirenas fantasmales, como tampoco podía ser menos. A lo lejos merodea un chacal, aquí
cerca salta una rata de campo, se arrastra una serpiente ahí entre las piedras. Inofensivos. Todo es polvo,
ceniza, oscuridad, cielo vacuo y opresivo. Esta es tu alma ante el papel a
veces, Mancha de proceloso egoísmo telescópico que, devorándose a sí
misma (por devorar ha devorado todo tiempo aparente, toda memoria, toda esperanza; en
lo ilimitado se disipan confundidos Dios y sentido), ha acabado reducida al polvo
insustancial de sus propias deyecciones ya resecas, hacia las cuales de tarde
en tarde alarga con sórdido regusto el hocico. Eso, eso es lo que cae aquí y
allá, sin orden ni concierto, de vez en cuando. Chof, chof, chof... »
« Y decía también que lo que yo parezco pergeñar a veces es una
suerte de contrarreivindicación del tímido, como la que se sugiere en gente más bien
apocada, como los existencialistas, Sábato y tal. De esa manera estás
buscándoles a los tímidos todavía más vueltas de las que de por sí les busca la
puñetera vida. Y tampoco es para ensañarse, ¿no? »
« ...este cuaderno de pastas azules, hojas, hojas y más hojas de
espuma, mal en disolución: disoluto, degradado, mar cuyas olas se eternizan
batiendo cansinas unas sobre otras, en todas direcciones, sin objeto ni
sentido, llevadas y amasadas por la marea, entre viento y gravedad e influjo
lunar, eternamente a la deriva, unas sobre otras enredadas, unas tras otras,
frases escritas al azar, sin importancia, sin trascendencia, sin sentido,
llenas y vacías de agua y espuma, de palabras, incoloras, insípidas, ritmo y
letanía carentes de sentido, de forma y de sustancia, en secuencia
interminable. Unas sobre otras, unas tras otras, unas sobre otras, hasta
el fin de los tiempos. Desde el fin de los tiempos derivo en mi pasado, o
derivo en mi futuro: en mi presente. El tiempo en mí me olvida de mí mismo, y
sin rumbo en el tiempo me disperso en la corriente, diluido en las ondas
incesantes que mi cuerpo acarician y conforman, mi mente, mi soma espiritual,
entidad, conciencia líquida expandiéndose arriba y abajo, a babor y estribor,
ayer, hoy y mañana. Como a un triste ahogado las aguas me sostienen, me
impulsan, me disipan, me hunden en las profundidades, me vuelven a elevar,
haciéndome rodar sobre mí mismo, me arrastran en su flujo sin destino,
circularmente, atrás, adelante, al este, al oeste, yo, pacífica brújula
enloquecida. Yo soy el oleaje, yo soy el agua, yo soy el mar, yo el
ahogado y el madero y el texto a la deriva, y yo también la brújula central. El
mar y la brújula, ya apenas imantada. » (Texto que resurge en El espectro visible.)
© José L. Fernández Arellano, 12 de febrero – 4 de noviembre de 1999
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