Plantear la pregunta es sencillo […]
Pero la respuesta es cada vez más difícil de recordar
[…]
Hasta que, al perder memoria,
pájaro, pez y oveja se tornan espectrales,
y los espectros están condenados a repetir
aquello que les causa dolor. (W. H. Auden)
Si hubiese que encuadrarlo en alguna corriente, Puro ser (julio de 2018) de Vilar-Bou,
es poesía de la experiencia, pero a su modo, en primer lugar por tratarse de
libro tardío en cuanto poético, y en segundo porque solo conecta digamos que
aforísticamente con dicho movimiento. Es experiencia pero, como veremos, no
histórica (en el sentido granadino),
sino cribada en tamiz sensitivo, el de la edad: años, versos destilados,
fluyentes, y meditativos, sí, pero como inspirados en el acorde
polífono-monocorde del río aquel de Siddharta (así, veremos después que “todos
los caminos son el mismo camino”). De esta forma, podemos definir el tono o fondo de esta poesía como neo-experiencial.
El Ser no es puro ni impuro, limitándose a contradecir
a la Nada. Pero si en metáfora se lo señala como puro ya entraña de algún modo novedad, es
plenitud, es estético, humano, pura y simplemente. Como para Heidegger el
tiempo, el ser solo adquiere entidad por humano. Como en Eliot, Auden, Paz, hay
filosofía, pero, ya decimos, no historia anexa en estos versos, como si esta
no fuese asumida más que a modo de mal sueño (y hay muchos sueños o encantaciones
en el libro) de aquella, o como si solo el pensamiento desnudo tuviese algún
sentido trascendente-intrascendente. “La búsqueda no tiene principio ni fin.”
Espejos, reflejos, estrellas,
pensamientos, pájaros actúan como motivos intimistas en abstracto en cuadros de
Kandinsky o Miró. A lo que contribuye un ritmo versal escueto, suave y breve, a
veces de tono sapiencial, aunque nunca repensado. Lo único que se repite en
este cambiante ámbito lírico es quizá ese sol del fin de agosto, que lo dice
todo como promesa de existencial anonadamiento dorado. Ese atardecer que los
espectadores, mansos, acordes, contemplamos junto al río que nos conduce, nos
habla, nos seduce, nos guía, pero sin respuestas. No se sabe si en Puro ser las preguntas no habían sido
las correctas o es que la interrogación de la tarde carecía de sentido. La
tarde no pregunta a la noche: se limita a precederla. Y a la pregunta ¿quién?,
¿yo?, a la vez muy explícita y muy implícita en toda la secuencia, se contesta
de manera radical, retrospectiva: lo que somos siempre fue. ¿Nada nuevo? A lo
que contesta el poema que sigue: el ruido. Y más adelante: el barro, los monstruos
de barro. Y el río de la ceguera.
Cerca del final, una sola
advertencia, dejada caer como al descuido: el abismo tiene forma. ¡Ay, sería tan
fácil solo caer, caer, caer; y tan rápido!... Poema a poema, en río y abismo
caben raíz, luz, flor, diamante, planta, reflejo; las estrellas habían quedado
tan altas, tan atrás. Y al final un enigma con nombre propio, y una serpiente.
¿El Ser presto a morderse la cola con el turbio propósito de volverse impuro? Otra pregunta queda
en el aire: ¿cuántos versos antes que estos magistrales tenía escritos
secretamente el autor?
© J. L. F. Arellano, 16/09/2018.
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