“Parece
una tontería”. (Raymond Carver)
“Vi un
cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han
desaparecido, y el mar ya no existe”. (Apocalipsis,
21:1)
1. EL RIESGO. Hace unos días colgué en Facebook un apocalíptico texto que no tuvo apenas repercusión; no es que espere una gran
audiencia cada vez, pero en este caso el asunto revestía, creo, un interés
suplementario por motivos obvios. Permítaseme insistir tras recabar unos cuantos
datos nuevos.
Según anunciaba un diario de ámbito
nacional, el Reloj del Juicio Final, instalado en la Universidad de Chicago, indicador basado en informaciones y datos globales de la
vulnerabilidad del planeta, este se encuentra, proporcionalmente a su historia, a cinco minutos para el Apocalipsis. Este
icónico termómetro del estado de salud de la Tierra, dice el diario, que indica cuánto le queda a la especie
humana para su destrucción, se mantiene intacto este año. Es decir, las cosas siguen igual de mal, lo que viene demostrado, solo desde el punto de vista climático, por la subida creciente del nivel del mar, el cambio en la cantidad y
los patrones de las precipitaciones, la expansión incesante de los desiertos subtropicales, el continuo
retroceso de los glaciares; fenómenos meteorológicos extremos como olas de
calor, sequías, lluvias torrenciales y fuertes nevadas, ciclones y huracanes
exagerados…
Un importante estudio de 2015 advierte que el control del cambio climático exige renunciar directamente a un tercio de las reservas de petróleo y al 80% de las de carbón y el 50% de las de gas, a fin de «tener al menos un 50% de probabilidades de controlar el citado cambio climático es decir, de evitar que la temperatura media del planeta suba más de dos grados, la frontera estimada por los científicos a partir de la cual los impactos del calentamiento global pueden ser realmente graves» (Diario El País, 07 enero 2015). Y en esta página puede verse que en muchos lugares de España, donde no bajaron de los 38º, durante el mes de julio de 2015 las temperaturas fueron, de media, no dos, sino hasta diez grados más altas que las del mismo mes de 2013.
Un importante estudio de 2015 advierte que el control del cambio climático exige renunciar directamente a un tercio de las reservas de petróleo y al 80% de las de carbón y el 50% de las de gas, a fin de «tener al menos un 50% de probabilidades de controlar el citado cambio climático es decir, de evitar que la temperatura media del planeta suba más de dos grados, la frontera estimada por los científicos a partir de la cual los impactos del calentamiento global pueden ser realmente graves» (Diario El País, 07 enero 2015). Y en esta página puede verse que en muchos lugares de España, donde no bajaron de los 38º, durante el mes de julio de 2015 las temperaturas fueron, de media, no dos, sino hasta diez grados más altas que las del mismo mes de 2013.
2. LA
DEFENSA. Contra las innúmeras amenazas que la vida ha de
afrontar en su desenvolvimiento, y esta del Apocalipsis es sin duda la mayor de ellas,
el ente biológico consciente (el ser humano), como instrumentos de su instinto de conservación, además de su mera fuerza física, su energía defensiva y
ofensiva, es decir, su volición consciente, disfruta de otros métodos más
sutiles de defensa, los mentales o, en términos de ciencia, psicológicos. El
bebé reacciona llorando cuando siente hambre, frío o se siente desprotegido; el niño, y más tarde el
adulto, cuentan con su aprendizaje general, su adiestramiento, su más o menos rica
cultura defensivo-ofensiva, y también se protegen por medio de mecanismos más
sofisticados, como la memoria selectiva (no te acuerdas de las cosas malas más
que lo necesario), o a veces echando mano, apenas conscientemente, de las
excusas más pedestres y vergonzantes. Dentro de lo que se conoce técnicamente como sesgos cognitivos, es muy recurrida la variante denominada cierre cognitivo, mediante el cual solemos proceder de forma drástica y exitosa contra las disonancias cognitivas, esas incomodísimas contradicciones internas que no te dejan vivir: “Tengo
que aguantar al cabronazo del jefe, pero después de todo el pobre está haciendo su trabajo”; “tengo que
volarle la cabeza a ese pobre joven que la ha dejado al descubierto al otro lado
de la trinchera, pero es por una causa justa”; “esto es telebasura de la peor
calaña, pero a estas horas no hay otra cosa”... Y, bueno, no hay cierre cognitivo más efectivo que la táctica del avestruz: “Esto no puede estar pasando”, o “sí, está pasando, pero
corramos un tupido velo” o, simplemente, “bah, qué tontería, esto no me puede
pasar a mí”. Es bien conocida la reacción de muchos de los pasajeros de
primera clase del famoso Titanic, todavía horas después del impacto con el iceberg.
Qué tontería: eso no podía estar sucediendo. El barco era insumergible. Además,
¿cómo podía pasarles, precisamente a ellos, personas de su categoría, una cosa tan espantosa? ¡Imposible!
Otro curioso fenómeno psicológico, asimismo de escasa o más bien ninguna base lógica, pero muy conocido por la ciencia, nos induce a suponer que aquello que no nos ha pasado antes no va a pasarnos ya nunca. Si nunca nos ha tocado la lotería, por más ilusión que pongamos en ello, en el fondo estamos convencidos de que nunca nos va a tocar; si nunca hemos tenido un accidente de coche, dado que somos excelentes conductores, ya nunca vamos a tenerlo; lo mismo pensamos si nunca nos ha caído un rayo encima o hemos sufrido una cirugía mayor. Si el pasado condiciona el futuro (hoy vivimos bien porque una vez invertimos en estudios o en bolsa, o porque nuestros mayores lo hicieron y hemos heredado), lo “no” ocurrido también condiciona la “no ocurribilidad”. No hay mayor desatino que este.
Otro curioso fenómeno psicológico, asimismo de escasa o más bien ninguna base lógica, pero muy conocido por la ciencia, nos induce a suponer que aquello que no nos ha pasado antes no va a pasarnos ya nunca. Si nunca nos ha tocado la lotería, por más ilusión que pongamos en ello, en el fondo estamos convencidos de que nunca nos va a tocar; si nunca hemos tenido un accidente de coche, dado que somos excelentes conductores, ya nunca vamos a tenerlo; lo mismo pensamos si nunca nos ha caído un rayo encima o hemos sufrido una cirugía mayor. Si el pasado condiciona el futuro (hoy vivimos bien porque una vez invertimos en estudios o en bolsa, o porque nuestros mayores lo hicieron y hemos heredado), lo “no” ocurrido también condiciona la “no ocurribilidad”. No hay mayor desatino que este.
La agradecida y elemental despreocupación sabemos de igual forma
que es muy sana: “Sí, sé que me voy a morir algún día, desde luego, pero,
demonios, no querrás que me pase la vida entera pensando en la muerte”. “¿De qué hablas, de parar la máquina, la producción, el desarrollo? ¡Eso sería parar la economía, los recursos, parar el Progreso, el mundo! No digas más tonterías, anda”...
El Progreso, en efecto, el Progreso, en aras de la diosa Economía, pero a dónde nos dirige la mostrenca divinización de la Economía y el Capital y el Beneficio a toda costa, en qué dirección concreta o aproximada estamos progresando. A costa de qué. Todos estos mecanismos psicológicos son, o parecen, muy beneficiosos en general para la conservación de la vida y de la cordura; debemos ser conscientes en todo momento, sin embargo, de que con tanta y tan sana autodefensa mental que nos resguarda de todo mal también podemos estar condenándonos al “pan para hoy, hambre para mañana”, o incluso a algo mucho peor, y si no para nosotros mismos, sí para nuestros descendientes.
Bien. Qué se pretende ejemplificar con esta sección. Que, dado que no se está tomando medida práctica alguna (según se ha dicho, es imprescindible renunciar directamente a un tercio de las reservas de petróleo y al 80% de las de carbón y el 50% de las de gas, a fin de tener al menos un 50% de probabilidades de controlar el cambio climático), la única defensa de que disponemos hoy por hoy contra la hecatombe climática anunciada es… psicológica. Están siendo nuestras mentes, ellas solas y por su cuenta y riesgo, las que nos protegen del desastre anunciado. ¡Uf, menos mal, algo es algo!
El Progreso, en efecto, el Progreso, en aras de la diosa Economía, pero a dónde nos dirige la mostrenca divinización de la Economía y el Capital y el Beneficio a toda costa, en qué dirección concreta o aproximada estamos progresando. A costa de qué. Todos estos mecanismos psicológicos son, o parecen, muy beneficiosos en general para la conservación de la vida y de la cordura; debemos ser conscientes en todo momento, sin embargo, de que con tanta y tan sana autodefensa mental que nos resguarda de todo mal también podemos estar condenándonos al “pan para hoy, hambre para mañana”, o incluso a algo mucho peor, y si no para nosotros mismos, sí para nuestros descendientes.
Bien. Qué se pretende ejemplificar con esta sección. Que, dado que no se está tomando medida práctica alguna (según se ha dicho, es imprescindible renunciar directamente a un tercio de las reservas de petróleo y al 80% de las de carbón y el 50% de las de gas, a fin de tener al menos un 50% de probabilidades de controlar el cambio climático), la única defensa de que disponemos hoy por hoy contra la hecatombe climática anunciada es… psicológica. Están siendo nuestras mentes, ellas solas y por su cuenta y riesgo, las que nos protegen del desastre anunciado. ¡Uf, menos mal, algo es algo!
3. LA
TEORÍA. Hace un tiempo, el gran físico Stephen Hawking
publicó un artículo o avance de estudio con el curioso título de “Conservación
de la información y predicción meteorológica para los agujeros negros”, en el
cual argumentaba nada menos que contra la existencia de uno de los pilares de
su cosmología, los susodichos agujeros negros. Afirmaba el periodista que
recogía la noticia que Hawking viene a comparar el fenómeno con la predicción meteorológica, «de ahí el título del artículo del físico británico, porque “no
se puede predecir el tiempo más que con unos pocos días de anticipación”». Pero
lo importante para nosotros es esa noción de impredecibilidad, poderosa
restricción cosmológico-intelectual que acaso impida aun la existencia de los agujeros
negros. Y es que el tiempo meteorológico, el clima, los elementos, tienen
tradicionalmente fama entre los científicos de constituir uno de los fenómenos
más imprevisibles, si no el que más, dentro del universo macroscópico (el
microscópico, el mundo cuántico, como se sabe es directamente imprevisible).
En el excelente artículo sobre pronóstico meteorológico de la Wikipedia inglesa
encontramos varias citas e informaciones fiables. Según lo propuesto en 1963
por el matemático y meteorólogo Edward Norton Lorenz, quien acuñó a tal efecto
la expresión “efecto mariposa” (más o menos lo que se entiende por reacción en cadena), las previsiones de largo alcance, las realizadas
en un rango de dos semanas o más, son incapaces de predecir fehacientemente el
estado de la atmósfera, debido a la naturaleza caótica de las ecuaciones
dinámicas de fluidos involucradas, ya que en los modelos numéricos, los errores, extremadamente
pequeños en los valores iniciales, se duplican aproximadamente cada
cinco días para variables tales como la temperatura y la velocidad del viento.
El propio Lorenz, basándose en fenómenos como los descritos, enunció la hoy famosa “teoría del caos”, a través de su artículo “Deterministic Non-periodic Flow” (Journal of the Atmospheric Sciences, 1963) [traduzco]: «Dos estados que difieren en cantidades imperceptibles pueden eventualmente evolucionar en dos estados considerablemente diferentes. […] Si, según esto, se produce algún error en la observación de la situación actual –y en cualquier sistema real tales errores son ciertamente inevitables– una predicción aceptable de un estado instantáneo en un futuro lejano podría resultar de todo punto imposible. […] En vista de la imprecisión inevitable y del carácter incompleto de las observaciones meteorológicas, el pronóstico preciso del tiempo de largo alcance parece ser imposible».
La teoría del caos de Lorenz puede ser resumida de la
siguiente forma: el presente determina el futuro, pero un presente aproximado
no determina aproximadamente el futuro. Con arreglo al “efecto mariposa”, dentro de esta teoría
del caos, la más mínima variación en las condiciones internas de un sistema
caótico (pensemos, por ejemplo, en aquel en que se mueven los gases atmosféricos) es
capaz de producir una evolución totalmente imprevisible, de forma que, por un
mecanismo inexorable y progresivo, desembocará en un efecto notablemente
amplificado a medio o largo plazo. Dicho en plata, no es imposible que el simple efecto del aleteo de las alas de una mariposa en un parque asiático pueda acabar desencadenando todo un huracán en el Caribe.
4. LA CONJETURA. No soy
científico, pero creo que puedo aportar alguna idea más al respecto. La atmósfera es la capa de gas que rodea a un cuerpo celeste, como el planeta Tierra; los gases son atraídos por la gravedad del cuerpo, y se mantienen en ella si la gravedad es suficiente y la temperatura atmosférica es baja. Desde el punto de vista del riesgo ecológico, podríamos aportar otros muchos ejemplos de crisis y degradación del medio ambiente, pero empecemos por el principio. Centrémonos en el elemento más simple, en el gas denominado aire, cuya temperatura, decimos, nunca debe elevarse por encima de un nivel determinado desde el punto de vista ecológico. En nuestro entorno, en efecto, el aire es lo más ligero; no puede haber nada más sensible a cualquier tipo de variación o perjuicio, nada es más suave y
delicado que el aire que respiramos, lo mismo que nuestra necesidad del mismo.
El aire puede considerarse, de este modo, el eslabón más débil en la cadena de
la vida.
Uno de los principios de la dialéctica
de Hegel, aplicado más tarde por Marx a los procesos históricos, es la llamada
“Ley del progreso por saltos” que describe la transformación de los procesos
“cuantitativos” en “cualitativos”. Estos cambios, como su propio nombre indica,
son repentinos. Se producen de forma brusca, avisando poco y tarde, o
directamente sin avisar. Marx los estudió en profundidad, aplicándolos incluso
a la evolución de la conciencia social: tal es la motivación, aseguraba, de los
súbitos estallidos de violencia, de las revoluciones surgidas en las sociedades
injustas (pensemos, hoy, en las recientes revueltas del Magreb). De forma que,
por este mecanismo, los sistemas ordenados, todo tipo de sistemas (y no solo el de gases atmosféricos), afectados
por una evolución interna progresiva, lenta y morbosa –como un simple globo de
goma que se va hinchando poco a poco–, llega un momento en que no dan más de
sí. Y, obedeciendo a dicha ley, sin más, estallan en mil pedazos. ¡Plaf! La
gota que colma el vaso.
5. LA PREGUNTA. Replanteo,
pues, mi pregunta del otro día: ¿Podemos dar
olímpicamente la espalda a la posibilidad de un accidente gaseoso imprevisible,
de un “efecto mariposa” atmosférico, de una manifestación súbita de ese “progreso por saltos” en este medio? ¿Qué describe el término entropía en física? En efecto, el elemento de irreversibilidad en los sistemas termodinámicos, la tendencia universal y fatal al desorden y al caos de todo sistema en equilibrio. ¿Cómo, de qué manera, ¡con qué
herramientas! se arregla una atmósfera planetaria si un día da en sobrecalentarse demasiado, en echarse a perder definitivamente,
por un... descuido? Un descuido parecido, pongamos, al de no haber previsto,
cuando todos los indicadores lo anunciaban, la tremenda crisis económica que todos hemos sufrido, y seguimos y seguiremos sufriendo, y sufrirán nuestros
hijos y nietos. ¿En quiénes hemos de poner nuestra confianza y seguridad para estos temas,
acaso en los ingenieros de las multinacionales petroleras, en los financieros multimillonarios
que les llenan los bolsillos y los de sus innumerables lacayos políticos, periodísticos e intelectuales de todas las tendencias?
He aquí, mismamente, una prueba posible del efecto mariposa, aparecida en Avaaz.org: «Nuestra biosfera se encuentra en un equilibrio delicado. Si
la calentamos un poco, existen mecanismos que hacen que el se retroalimente. El calentamiento global derrite el hielo del Ártico que refleja, como si se tratara de un espejo, la luz del sol, lo que significa mayor calentamiento que, a su vez, produce mayores deshielos. Estos círculos viciosos ya han comenzado, y están acercándose a puntos de inflexión donde actuarán de forma descontrolada, poniendo en peligro todo lo que amamos».
Preguntémonos, por favor, por lo más amado, por lo más sagrado, pues nos va la vida en ello: más allá de los rastreros intereses económicos de las multinacionales de esto o lo otro, ¿han hecho previsiones los científicos del ramo, buenas, ajustadas previsiones, acerca del cambio climático, del calentamiento global (también se habla de enfriamiento global), del efecto invernadero, del agujero en la capa de ozono y demás? ¿Saben con precisión cirujana cuál puede ser la gota capaz de colmar el vaso del equilibrio de gases, presión y temperatura en la atmósfera a nivel planetario y, en especial, cuándo se derramará aquella? Si no es así, es de suponer, cómo no, que esos mismos científicos, apoyados económica y tecnológicamente por sus gobiernos respectivos, ya habrán preparado el planeta Marte (terrificado, se dice) para acoger lo que quede de nosotros, después del último “salto”. Porque es que no habrá otra salvación posible. ¿Cómo, repito, de qué manera se arregla una atmósfera planetaria echada a perder? ¿Qué comeremos cuando empiecen a desatarse y globalizarse las sequías extremas que ya amenazan en muchos lugares? ¿Qué podremos respirar cuando ya no quede aire o el aire que quede no sea respirable? ¿Habrá suficientes botellas de oxígeno para todos?
6. EL DESCARGO. ¿Progreso por
saltos, teoría del caos, efecto mariposa atmosférico, el fin del mundo…? ¡Qué
imaginación más calenturienta! ¡Qué tontería! ¿Cómo puede pasar una cosa así
tan… pronto, cómo puede terminarse todo de esta forma, así de simple, todo, el
acabóse, finito, caput, todo de una vez y para siempre? Bueno, quién sabe,
tampoco es imposible que las cosas vayan a peor, incluso que…, pero, bah,
seguro que nosotros no lo vemos; en algún futuro lejano, quizá. En fin. Que
cada palo aguante su vela. A ver, ley de vida. «Hay un momento para todo, y un
tiempo para cada acción bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para
morir». (Eclesiastés, 3:1). Bajo el
cielo.
© José L. Fernández Arellano, 2014/15
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