TRES POEMAS TEMPORALES





UNA ALTERACION en el paisaje turbio

fisura melancólica
por donde algo en la memoria
se me escapa y me busca

antigua pieza de lejanía nerviosa
que no halla asiento en mi pupila
ni alcanzo a comprender si reconozco

Brisa fresca que sin avisar
me rodea como sombra y me señala
ubicándome

Rumor fatigado de pinos
grieta lateral
veladura verdinegra

Fragmento reencarnado de algún Corot
sereno bosquecillo húmedo de lluvia
y desnudo de tiempo

mientras las nubes
alguien que fui yo
cree que sisean maliciosas

nos vamos y nos quedamos
nos vamos y nos quedamos
nos vamos y nos quedamos







Amo las alamedas de árboles
            encorvados y sombríos
(Coelho Pacheco)

TAN REALES como irreales,
los parques recónditos y aislados
y las ensoñaciones juveniles
en que aún se asientan tantas veces,
aunque ya no atraviese sus susurros
entrañables ni sus sombras amadas
aquel paseante taciturno, que hallaba
alivio a su abstraído desasosiego
en tales árboles encorvados y sombríos.

Es ahora otra soledad de la mirada
la que puebla esta soledad,
espacio no tan íntimamente hermoso,
no tan secretamente vasto y gozoso
cuanto inerte, porque las horas
poco a poco van olvidando la herencia
de aquellas otras horas solitarias,
y van aposentándose, una a una,
en sus dignidades ya definitivas.







MUY RECONOCIBLE
la inocente amenaza del día
en el cuarto crece y se remansa

Llueve sobre mojado
esta tarde inscrita en el centro
de las últimas tardes

Lluvia que girando no decora
fantasía alguna

Tiempo que se alarma casi reversible
haciendo guiños vanidosos
al fetiche absurdo del silencio

A cada movimiento
y a cada movimiento de conciencia
ésta bromea entrecortadamente
solo con el rastro que de inverosímil
va quedando en los objetos
la mesa la ventana

Nada es igual
nada ha cambiado
si pretendes discurrir versiones
novedosas del propio
incierto atónito protagonismo

Y así continúas quieto
al levantarte
quieto al aplicarte por fin a otras tareas
siempre como bajo el peso
de una duda antigua y aburrida
que siempre se cree en vano
resuelta y archivada


© José L. Fernández Arellano, 1994


HIJOS DEL TERCER REICH



No hay nada mejor, si uno quiere acercarse con rigor y valentía a la verdad histórica, que huir del maniqueísmo fácil que tiende a polarizar falsamente los acontecimientos y a sus protagonistas en términos de bueno/malo. El maniqueísmo, en su faceta descerebrada y rabiosa, es lo que ahora mismo está masacrando multitudes y dejando prácticamente en ruinas a todo Oriente Medio, y no estoy culpando del estropicio solo a los yihaidistas, sin duda; Occidente ostenta gran protagonismo en el fenómeno, protagonismo que, como estamos viendo y ya hemos visto, no puede ir sino a mayores. En fin, no todos los alemanes, ni siquiera todos los nazis, serían, como pretende demostrar la interesante serie televisiva a que me refiero, Hijos del Tercer Reich (estrenada con gran éxito de público en Alemania y otros países en 2013), no todos serían, digo, unos sádicos depravados, monstruos de crueldad inhumana. Tampoco serían monstruos todos los soldados soviéticos que “liberaron” (término que se utilizaba solo en la parte oriental) Berlín finalmente a sangre y fuego, violando de paso a toda hembra germana que se encontraban por medio.


Pero si esta serie se queda ahí, en la reflexión ecuánime y morigerada, en el mero descargo de una parte de la responsabilidad histórica, la que honra la memoria de aquellos ciudadanos alemanes, civiles y militares, que, en medio del horror, demostraron más humanidad, que fueron solo moderadamente” fanáticos, o lo fueron solo inocente, circunstancialmente, por su situación, es decir, por necesidad histórica; si esta serie no va más allá, entonces lo más importante, el análisis profundo de la abominación general alemana, el fenómeno global, nacional, fascista y antisemita que allí se desató en los años 30 seguirá quedando pendiente.

Todavía no se ha visto aquí Hijos del Tercer Reich, pero, temiéndonos lo peor, y ojalá nos equivoquemos, si se trata de mero revisionismo nacionalista, no debemos olvidar nunca que las recreaciones de borrón y cuenta nueva nunca consiguen del todo lavar las conciencias, ya que solo alcanzan a maquillarlas torpemente. El mismo horror de los hechos puntuales pasados, idéntico a sí mismo, sigue y seguirá acechándonos siempre, aunque lo haga detrás de nuevas máscaras. Y es que quizá esa profilaxis sea inútil, quizá no deban, no sea posible, factible lavar las conciencias, y toda dispensa o bula al final resulte falsa. ¿No es más lícito que esos contenidos de conciencia al igual que lo ocurrido, dado que han sido eso, reales, y no pueden borrarse en modo alguno de su impregnación en la realidad pasada, sean asumidos con entereza por los responsables y protagonistas hasta el fin de los días, hasta el último suspiro?

La memoria tiene dos funciones: una biológica, de supervivencia, y otra ética. Dejémosla actuar sana y convenientemente en ambos casos, más allá de todo maniqueísmo fácil, en efecto. Cómo, si no, aprende uno a dejar de tropezar una y otra vez en la misma piedra.

© José L. Fernández Arellano, 13 sepbre. 2014

TRES BREVES LECCIONES DE LITERATURA NATURAL



Los naturalistas y científicos (biólogos, geómetras, cosmólogos…) son buenos en sus profesiones principalmente porque han aprendido bien a… aprender. En sus respectivos campos, se supone que a costa de ingentes esfuerzos, han llegado a adquirir profundos conocimientos de la metodología o pedagogía natural (la que viene naturalmente dada y en sí misma expresa), a partir de los cuales posteriormente son capaces de establecer predicciones o axiomas fidedignos y, por supuesto, durables; clásicos, podría decirse. Dicha maestría no es o no debería ser tan difícil de conquistar. En realidad tales concienzudos profesionales se limitan, con discreción y humildad ejemplares, a mantener los ojos bien abiertos (como los cosmólogos con sus agudos telescopios) ante las admirables lecciones que imparte de forma continua, espléndida y gratuita la Madre Naturaleza. Idéntico afán de economía, claridad y sencillez debería entrañar siempre todo proceso de pensamiento formal, según advierte el enfant terrible de la filosofía alemana actual, Markus Gabriel: «La filosofía es una expresión más clara de lo que ya sabemos todos. […] Y para mí quien, como filósofo, no escribe de una manera absolutamente clara, no sabe qué quiere decir».

¡Con más razón todavía, otro tanto cabe afirmar de la literatura! En los grandes autores uno se tropieza a cada paso con las más valiosas gemas de la escritura, decimos, natural. Una vez adquirida una formación elemental, el lector no tiene más que abrir bien los ojos para toparse en los clásicos, una y otra y otra vez, y a cada momento oh, maravilla sin que te quepa duda alguna al respecto, con las lecciones más sabrosas de economía, precisión, ritmo, tono y belleza expresivos.


¿Pueden, en efecto, expresarse mejor, de manera más clara, económica, elegante, y en apariencia natural, las influencias decisivas del desvarío del artista, y del arte y la literatura de vanguardia en uno de los leviatanes literarios del siglo XX, el cual a su vez da en transmutarlas prodigiosamente en arte literario? Umberto Eco replica a la afirmación de C. G. Jung, tras su lectura del Ulises, de que James Joyce sufría la misma clase de esquizofrenia que su pobre hija, Lucia: «Jung se daba cuenta de que la esquizofrenia adquiría el valor de una referencia analógica y había que considerarla como una especie de operación cubista en la que Joyce, como todo el arte moderno, disolvía la imagen de la realidad en un cuadro ilimitadamente complejo, cuyo tono lo daba la melancolía de la objetividad abstracta. Pero en esta operación [...] el escritor no destruye la propia personalidad, como hace el esquizofrénico: encuentra y funda la unidad de su personalidad destruyendo otra cosa. Y esta otra cosa es la imagen clásica del mundo». (De Las poéticas de Joyce.)


En el siguiente fragmento que propongo, Isaac Asimov se inventa graciosamente, con envidiable celo científico-retórico, es decir, matrimoniando como por arte de magia literatura, imaginación y ciencia y sin necesidad de explayarse lo más mínimo, ya que todo queda a la perfección diseñado y expreso en tres simples frases, nada menos que un artilugio capaz de reproducir musicalmente los sentimientos y sensaciones de quien lo utiliza: «Noys ajustó los mandos de un instrumento musical que emitía los acordes suaves pero complicados de la música creada en su interior al compás de intrincadas fórmulas matemáticas. Las notas y los acordes se formaban y combinaban al azar, pero mediante factores ponderados que favorecían solo las combinaciones agradables al oído. Esta música aleatoria no se repetía jamás; como los copos de nieve, no había dos figuras iguales aunque todas fuesen bellas». (De El fin de la Eternidad.)


Aunque para lección de literatura natural, esta que sigue del ya mentado Joyce, fragmento que no admite exégesis o comentario alguno, ya que, como ya demostró fehacientemente su alumno aventajado Samuel Beckett, este tipo de texto es de cosa en sí, es decir, que se autocontiene y autosignifica; lo que representa es aquello que es y parece, en este caso una corriente de pensamiento femenino en estado puro y, tan natural, tan natural se nos muestra que en su tiempo era del todo impensable, por impúdica: «… con su traje gris de tweed y su sombrero de paja yo le hice que se me declarara sí primero le di el pedazo de galleta de anís sacándomelo de la boca y era año bisiesto como ahora sí ahora hace 16 años Dios mío después de ese beso largo casi perdí el aliento sí dijo que yo era una flor de la montaña sí eso somos todas flores un cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida y el sol brilla para ti hoy sí eso fue lo que me gustó porque vi que entendía o sentía lo que es una mujer y yo sabía que siempre haría de él lo que quisiera y le di todo el gusto que pude animándole hasta que me lo pidió para decir sí…». (De Ulises.)

¿Alguien da más? Hagan juego, señores, hagan juego, pero antes fíjense con detenimiento en cómo lo hacen estos señores, sí, fíjense, y procedan de forma al menos parecida, o cuando menos respetuosa, sí.



© José L. Fernández Arellano, 11 junio 2014

"EXTRA TEXTURE": EL MEJOR GEORGE HARRISON

La balada lenta es la forma musical más difícil, y este disco está repleto de alardes en ese sentido. En general injustísimamente menospreciado por la crítica, representa a mi modo de ver una de las cumbres de la música moderna de la década de los 70.


Pasando por alto la solo correcta y pegadiza "You", George, en estado de gracia, nos ofrece un ramillete de temas suaves y melancólicos, de factura, instrumentación (la lista de colaboradores la encabeza un tal Billy Preston) y cadencia exquisitas, desde la impresionante "This Guitar (Can't Keep from Crying)" –referencia directa a su "While My Guitar Gently Weeps" del Doble blanco–, hasta portentos melódicos sin paliativos, comparables a aquellos con que nos habían abrumado años antes los mejores Lennon y McCartney, como "The Answer's at the End", "Tired of Midnight Blue", o la soberbiamente doliente "World of Stone". El álbum contiene asimismo algunas canciones de amor de dulcísima sencillez sin complejos, como "Can't Stop Thinking About You" o "Ooh Baby (You Know That I Love You)".

George hacía un lustro que se había separado de The Beatles y lo vemos de nuevo, como en su primera empresa en solitario, el majestuoso All Things Must Pass, sin amilanarse, elevado a la máxima potencia creativa, en toda su sensibilidad y su talento.





© José L. Fernández Arellano, 06 junio 2014