La ciencia en general ha avanzado considerablemente en los dos últimos siglos, desde luego, pero ¿qué ha pasado con la filosofía? Bueno, es fácil comprobar cómo ésta se ha dejado sonrojantemente seducir por los innumerables triunfos científicos en tan diversos campos. Por otra parte, en muchos casos, la incierta filosofía contemporánea ha parecido avanzar retrocediendo, o retroceder avanzando. ¡La famosa cosa en sí no consistía más que en el arcaico átomo de Demócrito (aunque en realidad divisible)! Algunos de los más importantes filósofos y corrientes del pasado siglo (Wittgenstein, Popper, la filosofía analítica), adoptaron los métodos y la epistemología científicos como los únicos racionalmente plausibles, y el último avatar del escepticismo, el flamante pensamiento débil, es sin duda hijo natural de la Relatividad y el Probabilismo cuántico. Qué axioma se da ya por seguro e incontrovertible.
David Hume (1711-1776) |
Imaginemos que un psicólogo cualquiera plantease en Facebook hace unos días, mediante diversos textos significativos, en principio, el fenómeno de la sincronicidad (la concatenación sin causa aparente de casualidades), ampliamente estudiado por el psicólogo C. G. Jung, en connivencia con el físico W. Pauli. Imaginemos que añadiese luego pasajes del filósofo de lo atado y bien atado (la voluntad férrea, el superhombre, el fatal eterno retorno), Friedrich Nietzsche, lo que plantea una suerte de respuesta “prospectiva” implícita a la tesis de Jung. Imaginemos que quien suscribe se sintió empujado en este punto a traer a colación la filosofía prenihilista y preexistencialista, fundada en el budismo, en Kant y en Hume, del genio alemán del pesimismo, Arthur Schopenhauer, que supone el germen sin duda de la de su compatriota Martin Heidegger, y, como es bien sabido, ya había sido pilar fundamental de la de Nietzsche. Éste contesta “retrospectivamente” al pesimismo cosmológico de Schopenhauer y “prospectivamente” a las inquietantes acausalidades de Jung, proponiendo, de forma curiosa, una nueva moral de diseño cíclico (anticristiana) y, por otra parte, el nihilismo de Heidegger, claramente de forma “retrospectiva”, proviene de más lejos aún que Schopenhauer, pues, a través de éste, viene a responder al budismo (la doctrina del desapego y el nirvana) y al idealismo trascendental de Kant.
Buda gigante de Kamakura, Japón. |
La historia del pensamiento ¿es necesaria o contingente, causal o meramente casual? La ética, por ejemplo (como la religión), ¿puede considerarse mero producto evolutivo funcional en manos de una especie muy desarrollada, o responde a algo más? ¿Qué subyace a tan suculento y multiforme proceso, a la tendencia siempre presente en la filosofía a romper con el símbolo en aras del noúmeno, de la cosa en sí, la verdad, lo real, con el tiempo y la causalidad (estas prospecciones y retrospecciones continuas, en línea con los citados avances y retrocesos)? La idea fundamental del maestro del escepticismo, Hume, consiste en que la causalidad (esto es, el presunto instrumento del tiempo, del antes y el después, el pasado, el presente y el futuro), no es nunca necesaria, sino mera recreación de la experiencia, de la conciencia a partir del hábito, de la costumbre de lo repetido. No es lícito, sostiene Hume, predecir que mañana saldrá el sol, ni siquiera a partir de los billones de amaneceres que ya hemos contemplado. La causalidad únicamente es lícita, por tanto, cuando se juzga “a posteriori”. Como vemos en los textos propuestos, Jung, con el sustento de la física cuántica (que supone algo así como la entronización del caos y el poder inaudito de la mera observación) lleva de algún modo a cabo la suprema síntesis racional de todo ello, al profundizar en la fuerza general de la inercia, en la multitud de causas (relativización), la agrupación aperiódica de casualidades, y especialmente al tantear, no poco aturdidamente, en la conexión acausal de los fenómenos. Hay juntura, enlace, pero no causa y efecto, y no solo en temas de sincronicidad...
Martin Heidegger (1889-1976) |
A Heidegger, pues, no le quedaba otra senda que hollar que la del absurdo, de raíces surrealistas, el nihilismo existencial: no ve en la vida humana otra necesidad, vemos en esos textos, que pagar “prospectivamente” (y no hay ruptura causal o temporal más profunda) la deuda para con su verdadera naturaleza, lo que le encamina a la decisión anticipadora que proyecta, del antes al después y del después al antes, la existencia auténtica, que se cifra en el vivir para la muerte. Ya no quedan símbolos válidos, ni mucho menos voluntades suprahumanas, a los que aferrarse, ni conexiones necesarias, ni sentido cierto y unívoco de las cosas, ni mucho menos trascendencia; solo una angustiada, casual, eventual (porque siempre va a dar lo mismo) mirada adelante o atrás: la vida a fin de cuentas nos viene de allá a donde nos encaminamos, del futuro, de nuestra mortalidad prometida (¿del miedo, de la nada?), porque en caso contrario no nos cuidaríamos de ella (concepto fundamental en Heidegger), y, claro está, no podríamos vivir, sucumbiríamos miserablemente a la dejadez del mero presente huidizo...
De condición fundamentalmente efímera, la causalidad, las ideas, la propia sustancia vital que nos conforma, fluyen blandas y livianas como los relojes de Dalí, hasta diluirse del todo y recomponerse acaso bajo otra configuración. El pasado, cifrado en la memoria, sirve de referencia, de guía, marca el camino, ilumina el pensamiento, pero, según vemos, también lo hace el futuro, que, como el tiempo, no existe. Y en medio, siempre tristemente anacrónicos, nosotros.
© José L. Fernández Arellano, agosto, 2013.