PRÓLOGO
ECTÓPICO A
UN
FRAGMENTO DE VIDA, DE ARTHUR
MACHEN
(Escribí el texto
que sigue como prólogo a Un fragmento de vida de Arthur Machen,
traducido por mí por puro gusto y publicado finalmente por Editorial Siruela.
El prólogo me fue encargado por el editor pero luego no lo publicó. Ahora se
publica aquí, fuera de su sitio natural. Por eso lo llamo ectópico.)
Un fragmento de
vida trata fundamentalmente de la
emersión de una conciencia apofánica. La palabra “apofanía” fue utilizada por
el psiquiatra alemán Klaus Conrad para designar el fenómeno nuclear de la
esquizofrenia: una transformación súbita del significado de las cosas: un
cambio cualitativo de la ciencia: una revelación.
Un fragmento de
vida contiene diversos episodios
cotidianos que desconciertan al lector que busca en Machen lo fantástico, lo
sobrenatural, lo terrorífico, que es lo que normalmente se busca en él. Cierto
es que lo sobrenatural deseado aparece o se insinúa en varios puntos de la
narración, a veces como un simple toque fugaz, pero lo suficiente para que
pueda ser incluida en la rúbrica “literatura fantástica”. Sin embargo, son
sobre todo esos episodios realistas, casi hiperrealistas, los que poseen la
principal cualidad fantástica del relato, que no reside en los acontecimientos
relatados sino en la forma de percibirlos.
Arthur Machen (1863-1947) |
En la mente de
Darnell, el protagonista, está empezando a producirse una mutación. Su vida
mediocre está empezando a ser vivida desde una conciencia cada vez más
transparente, en la que cada vez se trasluce más la apofanía.
¿Darnell se está,
pues, volviendo loco?
He de subrayar que
la esquizofrenia no es la apofanía. La apofanía es la súbita emersión de
un fulgor de la conciencia, nuevo y nunca visto, y a la vez arcaico y sabido,
desde el cual o a la luz del cual las cosas se ven de muy otra manera. En esta
otra manera se incluyen la nítida sensación de que el entorno posee carácter
simbólico y una percepción del tiempo distinta de la habitual. La apofanía es
solo una vivencia que a veces dura un instante y puede ocurrir en sueños, pero
que deja una huella indeleble en la memoria de quien la vive. Ante esa
demoledora impresión, repetida, irresistible, la gente desprevenida siente que
se le desintegra el yo. El yo amenazado reacciona con una angustia
indescriptible e intenta por todos los medios interpretar la situación y
controlarla. Pero sucede que ese yo agrietado, escindido por el rayo apofánico,
funciona pésimamente y además está dominado por un terror incapacitante. De ahí
que solo produzca interpretaciones paranoicas y conductas patológicas. Esto sí
es la esquizofrenia.
Pero la apofanía
puede ser vivida de forma no catastrófica, y canalizada por circuitos
mentales muy distintos de los que conducen a la esquizofrenia.
Pondré como
ejemplo una historia de esquimales referida por el explorador Knud Rasmussen y
recogida por Joseph Campbell en su libro Myths to Live By. Los
esquimales en cuestión viven en una sociedad chamánica. Entre ellos, cuando un
joven empieza a mostrar ciertos fenómenos psíquicos que aquí se diagnosticarían
de esquizofrenia, allí pasa inmediatamente a la jurisdicción del chamán. En vez
de saber que lo que le está pasando se llama “volverse loco”, el joven esquimal
sabe que ha sido elegido por el Poder, que se le avecina la gran prueba y que
tiene que estar a la altura de las circunstancias.
El chamán habla
con él, le instruye sobre los peligros que acecharán a su alma durante el viaje
por el Más Allá y finalmente se lo lleva al desierto de hielo, lejos de donde
está establecida la tribu, para que mute en paz, sin interferencias.
Una vez allí,
prepara para él una minúscula choza de nieve y, tras exhortarle a que concentre
todos sus pensamientos en el Gran Espíritu, le abandona a su soledad, acudiendo
cada varios días para llevarle un trago de agua tibia, y a veces un poco de
comida, y vigilar cómo transcurre el proceso. El joven esquimal queda entregado
full-time a sus alucinaciones y delirios, casi muerto de hambre y de
frío. Pero llega un momento en que encuentra el buen camino, se abre paso entre
los espectros del trasmundo, contacta con espíritus benéficos y regresa a la
llamada realidad enriquecido con la sabiduría de los mundos ocultos. Ha
visitado el reino de los muertos y ha vuelto a nacer. Cuando el viejo chamán lo
transporta de nuevo a lugar habitado, parece verosímil que al joven no le quede
más remedio que seguir carrera de chamán.
Como señala Joseph
Campbell, a la misma fórmula universal se ajusta el viaje del héroe mitológico,
que él divide en tres tramos –separación, iniciación y regreso– y resume así:
«El héroe se aventura a abandonar el mundo cotidiano y penetra en una región de
prodigios sobrenaturales: allí se topa con fuerzas fabulosas y alcanza una
victoria decisiva: de esta misteriosa aventura el héroe regresa investido del
poder de otorgar mercedes a los hombres».
Darnell es el
héroe de esta aventura. Sin chamán alguno, sólo impulsado al principio por sus
genes galeses de la vieja estirpe y guiado más adelante por antiguos
manuscritos de una tradición primordial, nuestro héroe empieza a despegarse
insensiblemente del mundo cotidiano y flota lentamente hacia la región de los
prodigios y las fuerzas fabulosas.
Desgraciadamente,
Machen no nos lo cuenta.
El relato comienza
con un movimiento lento, descriptivo, parsimonioso, casi hiperrealista, donde
sólo ocurren pequeñas cosas. Sus primeras tres cuartas partes parecen el
principio de una novela muy larga, en la que el autor se tomase todo el tiempo
del mundo para ir creando el ambiente deseado. Pero de pronto se acelera el
ritmo, irrumpen elementos misteriosos y se llega abruptamente al final, como si
Machen se hubiera cansado de describir minuciosamente la transformación de
Darnell y hubiera decidido acabar la historia de una vez.
Este brusco final
frustra nuestro deseo de conocer en detalle los pasos que Darnell fue dando
hasta ese feliz momento. Pero, en efecto, el relato, como dice su título, es
sólo un fragmento y no podemos llamarnos a engaño. Resignémonos a conocer tan
sólo unos acontecimientos vividos en el momento preciso en que comenzaba a
producirse la mutación y agradezcamos encima a Machen que nos notifique, aunque
sea escuetamente, en qué terminó el asunto.
………….
Un fragmento de
vida también trata de cuestiones
tales como descubrir las propias raíces, conectar con los ancestros, trascender
la identidad individual y saberse eslabón de la cadena de la vida, participar
en la gran sabiduría de los orígenes, restablecer contacto con los dioses, convertirse
en dios. En suma, Un fragmento de vida expresa el más bello mito del
momento, mucho más actual ahora que cuando fue publicado en 1906.
En aquel entonces,
Machen era un escritor solitario y atípico, cuyas obras apenas despertaban
interés, mientras el cuento de fantasmas alcanzaba su apoteosis final con M. R.
James. El solemne espectro de la tradición gótica empezaba a dejar paso, como
personaje terrorífico, a engendros más arcaicos y menos humanos, como los que
ya incordian en los cuentos del propio M. R. James.
Machen aceleró esa
evolución del cuento de miedo y arrumbó el muerto, la noche y el castillo que
ya no le producían terror. Lo que le producía terror, y él transmitía a sus
lectores, no era aquella escenografía romántica demasiado desgastada, sino la
sospecha de que, escondida tras su propia conciencia, acechaba otra conciencia
distinta, intemporal, arquetípica. Los antiguos sabían de esta conciencia
oculta y eran capaces de evocarla, asumirla y utilizarla (o ser utilizados por
ella) mediante ritos y ceremoniales secretos. A ella aludían veladamente,
mediante símbolos, sus mitos y libros sagrados. Y Machen, galés que era, se
volvió a las mediaciones que tenía más cerca, a sus propias tradiciones que
había mamado: a los mitos celtas, a las hadas, a los dioses y a los espíritus
de la naturaleza; y salió de la negra noche gótica a la plena luz del día
pagano.
Este retorno a lo arquetípico, que aparece por primera vez con Machen, orienta desde entonces la historia del cuento de terror en un sentido de pavor numinoso que pronto va a ser expresado, aunque de modo muy distinto, por Algernon Blackwood y H. P. Lovecraft. Los tres escritores se enfrentan al gran misterio y cada uno de ellos lo contempla desde sus propios temores y ambigüedades. La reacción de Algernon Blackwood ante la presentación del Paraíso es huir: su personaje es rescatado in extremis, gracias a Dios, por amigos o azares que lo devuelven sano y salvo a su oficina, donde finalmente se le recompone el yo rasgado por el rayo. Lovecraft es todavía peor: lo que brota de las profundidades no es el Paraíso sino el Infierno. A cambio, su personaje no suele ser salvado.
Machen, por su
parte, se enfrenta al asunto con bastante ambivalencia. En sus primeros relatos
sobre todo, lo que emerge es una conciencia maligna que causa horror y daño en
las personas de su entorno, con las cuales se identifica el autor, tal vez para
disimular su secreta atracción hacia ese mundo mágico tan prohibido.
Dichos relatos son
propiamente relatos de terror, aunque en ellos se insinúe la turbadora noción
de que, tras ese terror, lo que se extiende es un inmenso placer. Pues en el
fondo los Misterios de Machen siempre son misterios de placer, como dice
Emiliano González, aunque sus cuentos a menudo traten de los horrores
reservados a quienes yerran el camino. El poder que a pesar de todo adquieren,
lo utilizan para el mal. Lo sobrenatural resulta diabólico.
Sin embargo, en Un fragmento de vida Machen abandona por primera vez todo pudor y proclama descaradamente su deseo pánico: lo que él anhela y busca no es ningún ideal razonable y victoriano, sino el éxtasis dionisíaco, la comunión sacramental con el misterio, que ya no le parece diabólico, sino divino. Por eso, Un fragmento de vida no es un relato de terror, sino un cuento de hadas, uno de esos cuentos de hadas cuyo más íntimo argumento, olvidado y degradado según Vladímir Propp en el transcurso de los siglos, es el viaje al País de los Muertos, la lucha contra las entidades hostiles que allí moran, la obtención del éxito y el regreso triunfal al mundo cotidiano: el mismo esquema de Joseph Campbell mencionado más arriba: el largo itinerario del yo a la apofanía, donde ésta no resulta destructora: una metáfora de los peligrosos territorios psíquicos que rodean el punto de comunicación con el Más Allá, con descripción detallada, a veces, de los guardianes que custodian el umbral de las muchas dimensiones.
Este mito de la
emersión de una forma de conciencia que he llamado apofánica siguiendo a
Conrad es uno de los pocos mitos de esperanza que le quedan hoy en día al ser
humano, tan amenazado de autoextinción. Como todos los mitos vivos, posee un
gran poder configurador sobre la llamada realidad, en la cual opera desde zonas
aledañas a ese misterioso manantial creativo que Jung denominó inconsciente
colectivo. Hoy por hoy, éste es el mito que encauza el grito de la humanidad,
el deseo incontenible de la vida que somos.
BIBLIOGRAFÍA:
-BORGES, Jorge Luis: Prólogo a La pirámide de fuego de A. Machen, Ed. Siruela. Madrid,1985.
-CAMPBELL, Joseph: Myths to Live By. Souvenir Press. Londres, 1973.
-CONRAD, Klaus: La esquizofrenia incipiente. Alhambra. Madrid, 1963.
-GONZÁLEZ, Emiliano: Correspondencia privada.
-LLOPIS, Rafael: Historia natural de los cuentos de miedo. Ed. Júcar. Madrid, 1974.
-MACHEN, Arthur: Un fragmento de vida. Ed. Siruela. Madrid, 1987.
-PROPP, Vladímir: Las raíces históricas del cuento. Ed. Fundamentos. Madrid, 1974.
-REYNOLDS, Aidan & CHARLTON, William: Arthur Machen. A Short Account
of His Life and Work. John Baker. Londres, 1963.
-STERN, Philip Van Doren: Introduction, Tales of Horror and the Supernatural of A. Machen. John Baker. Londres, 1964.
-SYMONS, Julian: Introduction, The Three Impostors of A. Machen. John Baker. Londres, 1964.
-TORRES OLIVER, Francisco: “Arthur Machen: un sesgo hacia el paganismo en la literatura de terror”. En rev. Camp de l'Arpa, nº 65-66. Barcelona, julio-agosto 1979.
© Rafael Llopis Paret, octubre 2013